Por Roberto Bolaño
En
gran medida todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi
propia generación, los que nacimos en la década del cincuenta y los que
escogimos en un momento dado el ejercicio de la milicia, en este caso sería más
correcto decir la militancia, y entregamos lo poco que teníamos, lo mucho que
teníamos, que era nuestra juventud, a una causa que creímos la más generosa de
las causas del mundo y que en cierta forma lo era, pero que en la realidad no
lo era. De más está decir que luchamos a brazo partido, pero tuvimos jefes
corruptos, líderes cobardes, un aparato de propaganda que era peor que una
leprosería, luchamos por partidos que de haber vencido nos habrían enviado de
inmediato a un campo de trabajos forzados, luchamos y pusimos toda nuestra
generosidad en un ideal que hacía más de cincuenta años que estaba muerto, y
algunos lo sabíamos, y cómo no lo íbamos a saber si habíamos leído a Trotski o
éramos trotskistas, pero igual lo hicimos, porque fuimos estúpidos y generosos,
como son los jóvenes, que todo lo entregan y no piden nada a cambio, y ahora de
esos jóvenes ya no queda nada, los que no murieron en Bolivia, murieron en
Argentina o en Perú, y los que sobrevivieron se fueron a morir a Chile o a
México, y a los que no mataron allí los mataron después en Nicaragua, en
Colombia, en El Salvador. Toda Latinoamérica está sembrada con los huesos de
estos jóvenes olvidados.
Fuente:
Bolaño, R. (2004), Entre paréntesis, Anagrama, Barcelona.
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