Por Jesús Mosterín
Casi
todos los detalles de nuestra anatomía y fisiología los hemos heredado de los
ancestros prehumanos que nos precedieron. Ellos nos han transmitido la visión
estereoscópica y cromática, la atrofia del olfato, las manos prensiles, la
posición erguida y la marcha bípeda, la proporción de los dedos que permite
apoyar y presionar el pulgar contra las yemas de los otros dedos, posibilitando
la manipulación precisa de los objetos, y la coordinación sensoriomotriz del
ojo y la mano a través del cerebro. De ellos hemos heredado también la mayor
parte de nuestra psicología profunda, de nuestras necesidades básicas, de
nuestros impulsos fundamentales, de las motivaciones permanentes de nuestra
conducta. Ellos nos han transmitido el omnivorismo, nuestra capacidad de
comunicarnos mediante gestos como la sonrisa y muchos otros rasgos, como la
continua receptividad sexual de las hembras, quizá seleccionada en el curso de
la evolución porque contribuía a que los machos volviesen y aportasen alimentos
para las madres y las crías, que no podían valerse por sí mismas durante el
periodo excepcionalmente largo de la crianza humana.
Fuente:
Mosterín, J. (2006), El pensamiento arcaico, Alianza Editorial, Madrid.
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