Por Jesús Mosterín
La
mutilación genital de las mujeres es práctica casi universal en los países del
África islámica central y oriental, como Egipto, Sudán, Somalia, Yibuti, Chad,
Mali y norte de Nigeria. También se da fuera de África, en Yemen, Omán e
Indonesia. En Francia, en 1999, fue condenada una curandera por practicar la
ablación del clítoris a cincuenta niñas originarias de Mali. Esta costumbre
ancestral precede al islam, que luego la adoptó en esos países como un medio
para asegurar la castidad y fidelidad femenina. Se calcula que en el mundo hay
unos 130 millones de mujeres mutiladas genitalmente. Cada día se realizan unas
seis mil nuevas mutilaciones. La costumbre garantiza la castidad y fidelidad de
las mujeres, por lo que es defendida por los hombres obsesionados por su
presunto honor. Las propias mujeres también transmiten la costumbre, llevan a
sus hijas a la curandera a mutilarlas y les cuentan todo tipo de mitos
absurdos, como que el clítoris es peligroso para la salud, perjudica al marido
y puede matar al bebé durante el parto.
Hay diversos tipos de mutilación genital
femenina. La más frecuente incluye la ablación (extirpación) del clítoris, el
corte de los labios interiores, el corte de la parte superior de los labios
mayores, la infibulación (obstaculización y costura) de la vagina, colocando a
su través espinas afiladas como agujas, fijadas con cordeles. La mujer queda
completamente cosida y cerrada por debajo, con solo un agujero del diámetro de
un palillo de dientes. Además del dolor tremendo de la operación, realizada al
margen de cualquier higiene o tecnología actual por mujeres ignorantes e
insensibles, y del trauma físico y psíquico correspondiente, a la víctima le
aguarda una vida de dolores recurrentes. Sufren cada vez que orinan o defecan y
padecen durante las menstruaciones. Cuando se casan, son brutalmente
desvirgadas y sufren en las relaciones sexuales, de las que no obtienen ningún
placer, y experiencian terribles dolores cuando paren. Con frecuencia, los
maridos insisten en que sus mujeres vuelvan a ser infibuladas después del parto
o cuando ellos se van de viaje, a fin de asegurar su fidelidad. Las mujeres
somalíes, que se cuentan entre las más bellas del mundo, son objeto sistemático
de estas prácticas brutales, condenadas a una vida de sufrimiento absurdo e
innecesario. Obviamente, se trata de prácticas culturales frontalmente opuestas
a los intereses y tendencias de la naturaleza humana.
Fuente:
Mosterín, J. (2006), La naturaleza humana, Espasa Calpe, Madrid.
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