21/5/08

Michael Jackson

Por Eduardo Galeano
Imagen tomada de https://bit.ly/2CkuKph
A los veintiséis años, entró al quirófano por primera vez.
Desde entonces, vivió entre el quirófano y el escenario.
¿De qué color es la cumbre del mundo? Del color de la nieve. Para ser rey de reyes, el más alto entre los altos, él cambió de piel, de nariz, de cejas y de pelo. Pintó de blanco su piel negra, afiló su nariz ancha, sus labios gruesos y sus cejas pobladas y se implantó pelo lacio en la cabeza.
Gracias a la industria química y a las artes de la cirugía, de inyección en inyección, de operación en operación, al cabo de veinte años su imagen quedó limpia de la maldición africana. Ya no tenía ni una sola mancha. La Ciencia había derrotado a la naturaleza.
Para entonces, su piel tenía el color de los muertos, su nariz muchas veces mutilada había sido reducida a una cicatriz con dos agujeros, su boca era un tajo teñido de rojo y sus cejas un dibujo de susto, y se cubría la cabeza con pelucas.
Nada quedaba de él. Sólo el nombre. Se seguía llamando Michael Jackson.
Fuente: Galeano, E. (2004), Bocas del tiempo, Siglo veintiuno, México, D.F.

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