Por Eduardo Galeano
Imagen tomada de https://bit.ly/2CkuKph
A los veintiséis años, entró al quirófano
por primera vez.
Desde entonces, vivió
entre el quirófano y el escenario.
¿De qué color es la
cumbre del mundo? Del color de la nieve. Para ser rey de reyes, el más alto
entre los altos, él cambió de piel, de nariz, de cejas y de pelo. Pintó de
blanco su piel negra, afiló su nariz ancha, sus labios gruesos y sus cejas
pobladas y se implantó pelo lacio en la cabeza.
Gracias a la industria
química y a las artes de la cirugía, de inyección en inyección, de operación en
operación, al cabo de veinte años su imagen quedó limpia de la maldición
africana. Ya no tenía ni una sola mancha. La Ciencia había derrotado a la naturaleza.
Para entonces, su piel
tenía el color de los muertos, su nariz muchas veces mutilada había sido
reducida a una cicatriz con dos agujeros, su boca era un tajo teñido de rojo y
sus cejas un dibujo de susto, y se cubría la cabeza con pelucas.
Nada quedaba de él. Sólo
el nombre. Se seguía llamando Michael Jackson.
Fuente: Galeano, E. (2004), Bocas del tiempo, Siglo veintiuno,
México, D.F.
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