Por Eduardo Galeano
Informó que sufría taquicardia cada vez
que lo veía, aunque fuera de lejos.
Declaró que se le secaban
las glándulas salivales cuando él la miraba, aunque fuera de refilón.
Admitió una
hipersecreción de las glándulas sudoríparas cada vez que él le hablaba, aunque
fuera para contestarle el saludo.
Reconoció que padecía
graves desequilibrios en la presión sanguínea cuando él la rozaba, aunque fuera
por error.
Confesó que por él
padecía mareos, que se le nublaba la visión, que se le aflojaban las rodillas.
Que en los días no podía parar de decir bobadas y en las noches no conseguía
dormir.
–Fue hace mucho tiempo, doctor –dijo–. Yo nunca más sentí nada de eso.
El médico arqueó las
cejas:
–¿Nunca más sintió nada de eso?
Y diagnóstico:
–Su caso es grave.
Fuente: Galeano, E. (2004), Bocas del tiempo, Siglo Veintiuno,
México, D.F.
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