25/5/08

Utopía

Por Eduardo Galeano
1515
Amberes
Las aventuras del Nuevo Mundo hacen hervir las tabernas de este puerto flamenco. Una noche de verano, frente a los muelles, Tomás Moro conoce o inventa a Rabel Hithloday, marinero de las naves de Américo Vespucio, que dice que ha descubierto la isla de Utopía en alguna costa de América.
Cuenta el navegante que en Utopía no existe el dinero ni la propiedad privada. Allí se fomenta el desprecio por el oro y el consumo superfluo y nadie viste con ostentación. Cada cual entrega a los almacenes públicos el fruto de su trabajo y libremente recoge lo que necesita. Se planifica la economía. No hay acaparamiento, que es hijo del temor, ni se conoce el hambre. El pueblo elige al príncipe y el pueblo puede deponerlo; también elige a los sacerdotes. Los habitantes de Utopía abominan de la guerra y sus honores, aunque defienden ferozmente sus fronteras. Profesan una religión que no ofende a la razón y que rechaza las mortificaciones inútiles y las conversiones forzosas. Las leyes permiten el divorcio pero castigan severamente las traiciones conyugales, y obligan a trabajar seis horas por día. Se comparte el trabajo y el descanso; se comparte la mesa. La comunidad se hace cargo de los niños mientras sus padres están ocupados. Los enfermos reciben trato de privilegio; la eutanasia evita las largas agonías dolorosas. Los jardines y las huertas ocupan el mayor espacio y en todas partes suena la música.
Fuente: Galeano, E. (1982), Memoria del fuego I. Los nacimientos, Siglo veintiuno, México, D.F.

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