Por Eduardo Galeano
Es el más antiguo de los árboles. Está en
el mundo desde la época de los dinosaurios.
Dicen que sus hojas
evitan el asma, calman el dolor de cabeza y alivian los achaques de la vejez.
También dicen que el
ginkgo es el mejor remedio para la mala memoria. Eso sí que está probado.
Cuando la bomba atómica convirtió a la ciudad de Hiroshima en un desierto de
negrura, un viejo ginkgo cayó fulminado cerca del centro de la explosión. Él
árbol quedó tan calcinado como el templo budista que el árbol protegía. Tres
años después, alguien descubrió que una lucecita verde asomaba en el carbón. El
tronco muerto había dado un brote. El árbol renació, abrió sus abrazos,
floreció.
Ese sobreviviente de la
matanza sigue estando ahí.
Para que se sepa.
Fuente: Galeano, E. (2004), Bocas del tiempo, Siglo Veintiuno,
México, D.F.
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