Por Noam Chomsky
Occidente se guía por una visión …
rotundamente expresada por Winston Churchill en la fase de construcción del
nuevo orden que siguió a la segunda guerra mundial:
El
gobierno del mundo debe confiarse a las naciones satisfechas, que no desean
para sí mismas más de lo que ya poseen. Sería peligroso que el gobierno del
mundo estuviese en manos de naciones pobres. Pero ninguno de nosotros tiene
razones para anhelar nada más. La salvaguarda de la paz debe confiarse a los
pueblos que viven por sus medios y que no son ambiciosos. Nuestro poder nos
sitúa por encima de los demás. Somos como hombres ricos que moran en paz dentro
de sus habitaciones. …
Gobernar, así pues, constituye
un derecho y un deber de los hombres ricos que viven una merecida paz y sólo
cabe añadir dos notas a pie de página: la primera es que los hombres ricos
están lejos de carecer de ambiciones; siempre hay nuevas formas de enriquecerse
y de dominar a los demás, y el sistema económico prácticamente exige que se
cumplan estas premisas, o de lo contrario los rezagados quedarán fuera de
juego; la segunda es que la fantasía según la cual las naciones son
los actores que participan en la arena internacional es el camuflaje doctrinal
habitual con el que se encubre que dentro de las naciones ricas, como sucede en
las naciones pobres, existen diferencias radicales de privilegios y de poder.
Si a la prescripción de Churchill la privamos de su velo engañoso, nos encontraremos
con las pautas que rigen el orden mundial: los hombres ricos de las sociedades
ricas son quienes gobiernan el mundo y compiten entre sí para lograr mayores
cuotas de riqueza y poder, eliminando sin clemencia a quienes se interponen en
su camino, ayudados por los ricos de las naciones pobres que obedecen sus
órdenes. Los demás… sirven y sufren.
Fuente: Chomsky, N. (1996), El nuevo orden mundial (y el viejo), Crítica,
Barcelona.
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