13/1/08

El amor desenterrado

Por Jorge Enrique Adoum
La Dra. Karen E. Stothert, profesora en la Universidad de Fordham, en Bronx, Nueva York, acompañada de Paula Rogasner, de la Universidad de Guayaquil, y de Eugenia Rodríguez, Marcelo Villalba e Iván Cruz, de la Universidad Católica de Quito, con los auspicios del Museo Arqueológico del Banco Central del Ecuador, descubrió en la Península de Santa Elena, provincia del Guayas, un cementerio paleoindio –el más antiguo del Ecuador y uno de los primeros de América (8000 a. de C.) con varias clases de entierros y de ofrendas. Un excepcional hallazgo fue el de los llamados “amantes de Sumpa”: dos esqueletos ligados en actitud amorosa sobre los cuales se han colocado algunas piedras, al parecer después de su muerte.
(De los periódicos)
Cuál de los dos muró primero
callando ante la verdad de los cuerpos que dialogan
en esta antigua tragedia anterior a la tragedia antigua,
porque cómo se hace –avisen, habría que decírselo a todos-
para morir juntos sin desclavarse,
interminable hazaña nupcial no repetida
porque desde entonces ya no supimos cómo. Cuál pudo ver en el otro, espiándole po[r] partes, la agonía,
en qué momento se truncó el arco que describe el deseo
antes de terminar con el vencedor besando agradecido la ingle en despedida
y quedarse así con la pierna detenida para siempre en el viaje a la entrepierna
(lentitud de quienes adueñándose del gozo se adueñaron del tiempo)
por donde pasa el tiempo áspero de la península con sus toallas de arena
cada mañana después de cada noche de ese ensayo general de los actos del acto. (¿O fue un acto inacabado,
palabra que la muerte detuvo en la primera sílaba,
tantas veces repetida por nosotros hasta ahora y tartamuda,
creyendo cada vez que es una muerte pequeñita,
contentos como quienes bailan esas danzas
cuyo origen ritual han olvidado?) Amaos por favor, seguid amándoos
vorazmente insatisfechos por los siglos de los siglos de los siglos,
no desatéis la inicial inmemorial amarra
porque qué nos restaría de esta amorosa e insolente estatua,
ni cómo iríamos a comprobar que álguienes se amaron
si de pronto estos huesos polvo fueran,
deshaciéndose en la tardía sacudida del espasmo
cien siglos después de haber comenzado apenas a tocarse con los dedos los labios
y nos quedáramos así sin pruebas
de que existió la eternidad un día.
Fuente: La cita procede de Antología poética iberoamericana, Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, Quito.

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