29/8/08

Telescopio de la imaginación

Por Jacob Bronowski
El fuego es el símbolo del hogar, y desde que el Homo sapiens empezó a imprimir la huella de sus manos, hace treinta mil años, su hogar fue la cueva. Durante al menos un millón de años, el hombre ha vivido en determinada medida reconocible como forrajeador y cazador. Casi no contamos con monumentos de ese inmenso período de la prehistoria, mucho más prolongado que cualquier otro que hayamos registrado. Sólo hacia el final de esa era, y al inicio de la era glacial europea, encontramos en cuevas como la de Altamira (y en muchos otros sitios de España y del sur de Francia) el registro de lo que dominaba la mente del hombre cazador. Allí apreciamos lo que constituía su mundo y lo que le preocupaba. Las pinturas rupestres, que datan de hace veinte mil años aproximadamente, establecen para siempre la base universal de su cultura entonces, el conocimiento que el cazador tenía del animal del cual dependía.
Imagen tomada de https://bit.ly/2VOVy8C
            Uno empieza por encontrar extraño que un arte tan vívido como la pintura rupestre sea, comparativamente, tan reciente y tan escaso. ¿Por qué no existen más monumentos de la imaginación visual del hombre, como existen de su inventiva? Sin embargo, cuando reflexionamos vemos que lo notable no es la escasez de monumentos sino que los haya en absoluto. El hombre es un animal débil, lento, torpe, inerme; tuvo que inventar una piedra, un pedernal, un cuchillo, una lanza. Pero, ¿por qué a estos inventos científicos, que le eran esenciales para sobrevivir, añadió el hombre desde un principio las artes que hoy nos asombran: los decorados con formas animales? Y, sobre todo, ¿por qué llegaba a cuevas como esta, vivía en ella, y después realizaba pinturas de animales no donde vivía sino en lugares oscuros, secretos, remotos, ocultos, inaccesibles?
Es obvio decir que en esos lugares el animal era mágico. Sin duda eso es cierto; pero magia es sólo una palabra, no una respuesta. En sí, magia es una palabra que no explica nada. Indica que el hombre creía tener poder, pero, ¿qué poder? Todavía queremos saber qué tipo de poder creían los cazadores haber obtenido de las pinturas.
Aquí, sólo puedo ofrecerle mi punto de vista personal. Creo que el poder que vemos expresado aquí por primera vez es el poder de anticipación: la imaginación proyectada hacia adelante. En estas pinturas el cazador se familiarizaba con peligros que sabía tendría que afrontar, pero que todavía no había arrostrado. Cuando el cazador era traído a este sitio en medio de la oscuridad y de pronto se proyectaba una luz sobre las pinturas, veía al bisonte como lo tendría que ver frente a sí, veía al rápido venado, veía al esquivo jabalí. Y se sentía solo frente a ellos como se sentiría en la cacería. Se le hacía patente el momento del miedo; su brazo armado se flexionaba frente a una experiencia por venir y ante la cual no debería sentir miedo. El pintor había congelado el momento del miedo y el cazador pasaba por él a través de la pintura como a través de aire comprimido.
Para nosotros, las pinturas rupestres recrean el estilo de vida del cazador como un vislumbre de historia; vemos el pasado a través de ellas. Mas para el cazador, sugiero, constituían una mirilla hacia el futuro; miraba hacia adelante. En cualquier dirección las pinturas rupestres actúan como una especie de telescopio de la imaginación: dirigen la mente desde lo que se puede ver hasta lo que se puede inferir o conjeturar. Cierto que esto es así en la misma acción de pintar; pese a su superior detalle, la pintura plana sólo significa algo para el ojo debido a que la mente la rellena con redondez y movimiento, una realidad por inferencia, la cual no es realmente vista sino imaginada.
El arte y la ciencia son acciones privativas del hombre, fuera del alcance de lo que cualquier animal puede hacer. Y aquí vemos que provienen de la misma faculta humana: la habilidad de visualizar el futuro, de prever lo que puede ocurrir y de hacer planes para anticiparse a ello y representárnoslo en imágenes que proyectamos y movemos en nuestra mente o en un cuadro de luz sobre la oscura pared de una cueva o en la pantalla de un televisor.
También vemos aquí a través del telescopio de la imaginación; la imaginación es un telescopio en el tiempo, pues estamos viendo retrospectivamente la experiencia del pasado. Los hombres que realizaron estas pinturas, los hombres entonces presentes, pudieron ver hacia adelante por el telescopio. Pudieron quizá prever el ascenso del hombre, porque lo que llamamos evolución cultural es fundamentalmente un desarrollo y un ensanchamiento constante de la imaginación humana.
Los hombres que elaboraron las armas y los que realizaron las pinturas estaban haciendo la misma cosa: anticipar el futuro como únicamente el hombre pude hacerlo, deduciendo el porvenir por el presente. El hombre posee múltiples  dones que le son privativos; pero ocupando un lugar primordial, pues en la raíz de la que crecen todos los conocimientos, se encuentra la habilidad de esbozar conclusiones a partir de lo que vemos para lo que no vemos, el transportar nuestras mentes a través del tiempo y del espacio y el reconocernos en el pasado en los pasos hacia el presente. En todas estas cuevas, la huella de la mano dice: «Esta es mi marca. Este es el hombre».
Fuente: Bronowski, J. (1973), El ascenso del hombre, Sistemas Técnicos de Edición, México, D.F.

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