El fuego es el símbolo del hogar, y desde
que el Homo sapiens empezó a imprimir
la huella de sus manos, hace treinta mil años, su hogar fue la cueva. Durante
al menos un millón de años, el hombre ha vivido en determinada medida
reconocible como forrajeador y cazador. Casi no contamos con monumentos de ese
inmenso período de la prehistoria, mucho más prolongado que cualquier otro que
hayamos registrado. Sólo hacia el final de esa era, y al inicio de la era
glacial europea, encontramos en cuevas como la de Altamira (y en muchos otros
sitios de España y del sur de Francia) el registro de lo que dominaba la mente
del hombre cazador. Allí apreciamos lo que constituía su mundo y lo que le
preocupaba. Las pinturas rupestres, que datan de hace veinte mil años
aproximadamente, establecen para siempre la base universal de su cultura
entonces, el conocimiento que el cazador tenía del animal del cual dependía.
Imagen tomada de https://bit.ly/2VOVy8C
Uno
empieza por encontrar extraño que un arte tan vívido como la pintura rupestre
sea, comparativamente, tan reciente y tan escaso. ¿Por qué no existen más
monumentos de la imaginación visual del hombre, como existen de su inventiva?
Sin embargo, cuando reflexionamos vemos que lo notable no es la escasez de
monumentos sino que los haya en absoluto. El hombre es un animal débil, lento,
torpe, inerme; tuvo que inventar una piedra, un pedernal, un cuchillo, una
lanza. Pero, ¿por qué a estos inventos científicos, que le eran esenciales para
sobrevivir, añadió el hombre desde un principio las artes que hoy nos asombran:
los decorados con formas animales? Y, sobre todo, ¿por qué llegaba a cuevas
como esta, vivía en ella, y después realizaba pinturas de animales no donde
vivía sino en lugares oscuros, secretos, remotos, ocultos, inaccesibles?
Es obvio decir que en
esos lugares el animal era mágico. Sin duda eso es cierto; pero magia es sólo
una palabra, no una respuesta. En sí, magia es una palabra que no explica nada.
Indica que el hombre creía tener poder, pero, ¿qué poder? Todavía queremos
saber qué tipo de poder creían los cazadores haber obtenido de las pinturas.
Aquí, sólo puedo
ofrecerle mi punto de vista personal. Creo que el poder que vemos expresado
aquí por primera vez es el poder de anticipación: la imaginación proyectada
hacia adelante. En estas pinturas el cazador se familiarizaba con peligros que
sabía tendría que afrontar, pero que todavía no había arrostrado. Cuando el
cazador era traído a este sitio en medio de la oscuridad y de pronto se
proyectaba una luz sobre las pinturas, veía al bisonte como lo tendría que ver
frente a sí, veía al rápido venado, veía al esquivo jabalí. Y se sentía solo
frente a ellos como se sentiría en la cacería. Se le hacía patente el momento
del miedo; su brazo armado se flexionaba frente a una experiencia por venir y
ante la cual no debería sentir miedo. El pintor había congelado el momento del
miedo y el cazador pasaba por él a través de la pintura como a través de aire
comprimido.
Para nosotros, las
pinturas rupestres recrean el estilo de vida del cazador como un vislumbre de
historia; vemos el pasado a través de ellas. Mas para el cazador, sugiero,
constituían una mirilla hacia el futuro; miraba hacia adelante. En cualquier
dirección las pinturas rupestres actúan como una especie de telescopio de la
imaginación: dirigen la mente desde lo que se puede ver hasta lo que se puede
inferir o conjeturar. Cierto que esto es así en la misma acción de pintar; pese
a su superior detalle, la pintura plana sólo significa algo para el ojo debido
a que la mente la rellena con redondez y movimiento, una realidad por
inferencia, la cual no es realmente vista sino imaginada.
El arte y la ciencia son
acciones privativas del hombre, fuera del alcance de lo que cualquier animal
puede hacer. Y aquí vemos que provienen de la misma faculta humana: la
habilidad de visualizar el futuro, de prever lo que puede ocurrir y de hacer
planes para anticiparse a ello y representárnoslo en imágenes que proyectamos y
movemos en nuestra mente o en un cuadro de luz sobre la oscura pared de una
cueva o en la pantalla de un televisor.
También vemos aquí a través
del telescopio de la imaginación; la imaginación es un telescopio en el tiempo,
pues estamos viendo retrospectivamente la experiencia del pasado. Los hombres
que realizaron estas pinturas, los hombres entonces presentes, pudieron ver
hacia adelante por el telescopio. Pudieron quizá prever el ascenso del hombre,
porque lo que llamamos evolución cultural es fundamentalmente un desarrollo y
un ensanchamiento constante de la imaginación humana.
Los hombres que
elaboraron las armas y los que realizaron las pinturas estaban haciendo la misma
cosa: anticipar el futuro como únicamente el hombre pude hacerlo, deduciendo el
porvenir por el presente. El hombre posee múltiples dones que le son privativos; pero ocupando un
lugar primordial, pues en la raíz de la que crecen todos los conocimientos, se
encuentra la habilidad de esbozar conclusiones a partir de lo que vemos para lo
que no vemos, el transportar nuestras mentes a través del tiempo y del espacio
y el reconocernos en el pasado en los pasos hacia el presente. En todas estas
cuevas, la huella de la mano dice: «Esta es mi marca. Este es el hombre».
Fuente: Bronowski, J. (1973), El ascenso del hombre, Sistemas Técnicos
de Edición, México, D.F.
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