Por Eduardo Galeano
1935
Buenos Aires
…
A la mujer que piensa se le secan los
ovarios. Nace la mujer para producir leche y lágrimas, no ideas; y no para
vivir la vida sino para espiarla desde las ventanas a medio cerrar. Mil veces
se lo han explicado y Alfonsina Storni nunca lo creyó. Sus versos más
difundidos protestan contra el macho enjaulador.
Cuando hace años llegó a
Buenos Aires desde provincias, Alfonsina traía unos viejos zapatos de tacones
torcidos y en el vientre un hijo sin padre legal. En esta ciudad trabajó en lo
que hubiera; y robaba formularios del telégrafo para escribir sus tristezas.
Mientras pulía las palabras, verso a verso, noche a noche, cruzaba los dedos y
besaba las barajas que anunciaban viajes y herencias y amores.
El tiempo ha pasado, casi
un cuarto de siglo; y nada le regaló la suerte. Pero peleando a brazo partido
Alfonsina ha sido capaz de abrirse paso en el masculino mundo. Su cara de
ratona traviesa nunca falta en las fotos que congregan a los escritores
argentinos más ilustres.
Este año, en el verano,
supo que tenía cáncer. Desde entonces escribe poemas que hablan del abrazo de
la mar y de la casa que la espera allá en el fondo, en la avenida de las
madréporas.
Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego III. El siglo del viento, Siglo
XXI, Madrid.
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