Por Carl Sagan
En 1848 vivían en el estado de Nueva York
dos muchachitas, Margaret y Kate Fox, de las que se contaban maravillosas
historias. En presencia de las hermanas Fox podían oírse misteriosos ruidos
acompasados que, con más atención, resultaban ser mensajes codificados
procedentes del mundo de los espíritus; pregúntesele algo al espíritu: un golpe
significa no, tres golpes significan sí. Las hermanas Fox causaron sensación,
emprendieron giras por toda la nación organizadas por su hermana mayor y se
convirtieron en centro de atención de una serie de intelectuales y literatos
europeos, como por ejemplo Elizabeth Barrett Browning. Las «exhibiciones» de
las hermanas Fox constituyen la fuente del espiritismo moderno, según el cual,
gracias a un especial esfuerzo de la voluntad, unos pocos individuos atesoran
el don de comunicarse con los espíritus de personas ya fallecidas...
Cuarenta años después de
las primeras «exhibiciones», desasosegada consigo misma, Margaret Fox redactó
una confesión firmada. Los golpes se producían, mientras permanecían de pie sin
esfuerzo ni movimiento aparentes, chasqueando las articulaciones de los dedos
de los pies o de los tobillos, de modo muy similar a como se produce un crujido
con los nudillos. «Y así fue como empezamos. Primero, como un simple truco para
asustar a nuestra madre, pero luego, cuando empezó a visitarnos mucha gente,
fuimos nosotras mismas las atemorizadas, y nos vimos forzadas a continuar con
el engaño para protegernos. Nadie podía pensar en un truco ya que éramos
demasiado niñas para que se nos ocurriese tal cosa. Actuamos como lo hicimos
bajo el estímulo intencionado de nuestra hermana mayor y el inconsciente de
nuestra madre.» La hermana mayor, encargada de organizar las giras, parece
haber sido siempre plenamente consciente del fraude. Su motivación para
mantenerlo, el dinero.
El aspecto más
instructivo del caso Fox no es que se consiguiera embaucar a tanta gente, sino
que tras confesar el engaño, después de que Margaret Fox hiciera una
demostración pública en el escenario de un teatro neoyorquino de su «preternatural
dedo gordo del pie», muchos fueron los engañados que se negaron a admitir la
existencia de fraude. Sostenían que Margaret se había visto forzada a confesar
bajo la presión de alguna Inquisición de sesgo racionalista. La gente raramente
agradece que se le demuestre abiertamente su credulidad.
Fuente: Sagan, C. (1974), El cerebro de Broca, Crítica, Barcelona.
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