15/9/08

Stephen Hawking

Por José Manuel Sánchez Ron
Seguramente son muchas las personas a lo largo y ancho del mundo que con dificultad pueden mencionar un nombre de un científico vivo (y acaso también muerto) que no sea el del físico inglés Stephen W. Hawking (Oxford, 1942). Es por esta razón que he decidido incluirlo en este diccionario. En mi opinión, ni es ni ha sido uno de los físicos más importantes del siglo XX o comienzos del XXI. No es, desde luego, como a veces se ha dicho y escrito (especialmente en los textos publicitarios de las contraportadas de sus libros de divulgación), «el sucesor de Einstein». Es cierto que se ha dedicado a uno de los campos de investigación que éste creó, el de la relatividad general, y también que ha realizado contribuciones notables a él, pero de eso a considerarle de la talla de Einstein va un mundo.
Imagen tomada de https://bit.ly/2tS4vSF
Efectivamente Hawking ha sido –ya lo es menos– un magnífico físico. Sus trabajos de mediados de la década de 1960 (algunos en colaboración con Roger Penrose) sobre singularidades –como pueden ser el big bang o los agujeros negros– en el espacio-tiempo de la relatividad general fueron no sólo importantes en sí mismas, sino también para dar impulso, incluso para «crear», a un campo de investigación que no ha hecho sino crecer desde entonces.
Otros trabajos de Hawking que es obligado recordar son los que dedicó a lo que se conoce como «evaporación de agujeros negros». Durante un simposio dedicado a la «Gravedad cuántica» que se celebró en Oxford en 1974, Hawking sorprendió al mundo de los relativistas presentando la demostración de que los agujeros negros, que previamente se habían contemplado como incapaces de emitir nada, sólo de absorber, podían radiar debido a un mecanismo mecánico-cuántico, en el que se producían parejas de partícula-antipartícula, y que permitía hablar de la «temperatura» del agujero negro. Y temperatura está asociada a «calor», y éste a «emisión térmica». Semejante emisión térmica conduce a una lenta disminución de la masa de un agujero negro. Si la disminución es continua, es evidente que el agujero negro puede terminar desapareciendo. Sin embargo, para agujeros negros «normales», cuya masa es varias veces la masa del Sol, esto no ocurre. En el caso, por ejemplo, de un agujero negro de una masa solar, su temperatura es menor que 3 grados kelvin, la temperatura, aproximada, del fondo de microondas, la radiación «fósil» o, mejor, «residual» del big bang. Esto quiere decir que agujeros negros de ese tamaño absorberán radiación más rápidamente de la que emitirán, lo que significa que continuarán aumentando de masa. Sin embargo, Hawking argumentó que además de los agujeros negros formados en un colapso gravitacional de grandes cantidades de materia, cabe suponer que se formarían otros, mucho más pequeños, en los primeros instantes del universo, debido a las fluctuaciones de densidad de materia-energía que se produjeron entonces. Estos mini-agujeros negros tendrían una temperatura mucho mayor y radiarían más energía de la que absorberían. Perderían masa, lo que les haría todavía más calientes, y acabarían estallando en una gran explosión de energía. Su vida sería tal, que podríamos observar esas explosiones ahora. No obstante, aún no han sido detectadas.
Fue el gran momento de Hawking como científico, aunque no, en modo alguno, su final. Sin embargo, por entonces apenas era conocido fuera del mundo científico. Todo cambió con la publicación de su libro de carácter popular, o de divulgación: A Brief History of Time (1988), traducido al español no como Una breve historia del tiempo, sino como Historia del tiempo. De él se han vendido más de diez millones de ejemplares (se mantuvo durante cuatro años en la lista de superventas del London Sunday Times), y probablemente ha sido traducido a todas las lenguas del mundo con un mínimo de hablantes. Es un buen libro, imaginativo y muy especulativo, y está escrito con un gran sentido del humor, y también de la oportunidad. Del humor me quedo con unas frases que aparecen en los «Agradecimientos»: «Alguien me dijo que cada ecuación que incluyera en el libro reduciría las ventas en la mitad. Al final, sin embargo, sí que incluí una ecuación, la famosa ecuación de Einstein, E = mc^2. Espero que esto no asuste a la mitad de mis potenciales lectores». Me encuentro a menudo con personas que me dicen que no lo han entendido, algo que, por otra parte, no parece disminuir su entusiasmo y admiración por libro y autor. Dejando aparte el sentido del humor que he mencionado, y también el que el universo tiene para nosotros un atractivo especial, acaso atávico, y que la Historia del tiempo trata de eso, Hawking atrae la atención del público por la situación física en que se encuentra desde hace mucho.
En 1963, poco después de graduarse en Oxford y trasladarse a Cambridge, con el propósito de hacer una tesis doctoral en cosmología, desarrolló una gravísima enfermedad: la esclerosis lateral amiotrófica, también conocida como enfermedad de Lou Gehrig, un mal que destruye lentamente los nervios que controlan los músculos del cuerpo y que deja que éstos se consuman uno tras otro hasta quedar paralizados. Normalmente, este tipo de enfermedad conduce con cierta rapidez a la muerte, y Hawking pensó que eso le ocurriría a él, por lo que perdió durante algún tiempo interés por la ciencia. No obstante, hacia el invierno de 1964-1965 se hizo patente que la suya era una variante más lenta, y recuperó las ilusiones (de hecho se casó en 1965 y tuvo dos hijos y una hija; bastantes años más tarde, ya célebre y mucho más incapacitado, se divorció y volvió a casarse). Cuando yo vivía en Oxford, entre 1975 y 1978, recuerdo haberlo escuchado –y entendido lo que decía– en algún seminario suyo en el Instituto de Matemáticas. Hoy no sólo no puede hablar, sino que lo único que le conecta al mundo es un dedo, un mero dedo, con el que maneja un ordenador que produce una fría voz sintética, metálica.
No creo que sea irreverente o exagerado decir que la presencia física de Hawking, sentado, desmañado, incapaz de sujetarse, en una silla de ruedas, con cada vez más dificultades para hacerse entender, ha sido muy, muy importante en la atracción que el público ha sentido y siente por él y, subsiguientemente, por sus libros (después de Historia del tiempo llegaron otros, como el magnífico El universo en una cáscara de nuez publicado en 2001). Con justicia, la sociedad, el mundo, ha apreciado, admirado y se ha conmovido con el esfuerzo de un científico severamente incapacitado, que puede realizar complicados cálculos en su mente, sin un papel que le ayude, y que a pesar de todo no ha perdido el sentido del humor, que en él es casi legendario, ni la ilusión de vivir (viaja, por ejemplo, muy a menudo). Es, por todo ello, un ejemplo. El ejemplo de un ser humano que quiere vivir, que ama la ciencia, y el agrandarla y transmitirla a otros. Por eso es justa su fama, aunque no sea «el sucesor de Einstein», y también que ocupe en Cambridge la cátedra («Lucasiana») universitaria que una vez fue de Isaac Newton.
Fuente: Sánchez Ron, J. M. (2006), Diccionario de la ciencia, Crítica, Barcelona.

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