Seguramente son muchas las personas a lo
largo y ancho del mundo que con dificultad pueden mencionar un nombre de un
científico vivo (y acaso también muerto) que no sea el del físico inglés
Stephen W. Hawking (Oxford, 1942). Es por esta razón que he decidido incluirlo
en este diccionario. En mi opinión, ni es ni ha sido uno de los físicos más
importantes del siglo XX o comienzos del XXI. No es, desde luego, como a veces
se ha dicho y escrito (especialmente en los textos publicitarios de las
contraportadas de sus libros de divulgación), «el sucesor de Einstein». Es cierto
que se ha dedicado a uno de los campos de investigación que éste creó, el de la
relatividad general, y también que ha realizado contribuciones notables a él,
pero de eso a considerarle de la talla de Einstein va un mundo.
Imagen tomada de https://bit.ly/2tS4vSF
Efectivamente Hawking ha
sido –ya lo es menos– un magnífico físico. Sus trabajos de mediados de la
década de 1960 (algunos en colaboración con Roger Penrose) sobre singularidades
–como pueden ser el big bang o
los agujeros negros– en el espacio-tiempo de la relatividad general fueron no
sólo importantes en sí mismas, sino también para dar impulso, incluso para «crear»,
a un campo de investigación que no ha hecho sino crecer desde entonces.
Otros trabajos de Hawking
que es obligado recordar son los que dedicó a lo que se conoce como «evaporación
de agujeros negros». Durante un simposio dedicado a la «Gravedad cuántica» que
se celebró en Oxford en 1974, Hawking sorprendió al mundo de los relativistas
presentando la demostración de que los agujeros negros, que previamente se
habían contemplado como incapaces de emitir nada, sólo de absorber, podían
radiar debido a un mecanismo mecánico-cuántico, en el que se producían parejas
de partícula-antipartícula, y que permitía hablar de la «temperatura» del
agujero negro. Y temperatura está asociada a «calor», y éste a «emisión térmica».
Semejante emisión térmica conduce a una lenta disminución de la masa de un
agujero negro. Si la disminución es continua, es evidente que el agujero negro
puede terminar desapareciendo. Sin embargo, para agujeros negros «normales»,
cuya masa es varias veces la masa del Sol, esto no ocurre. En el caso, por
ejemplo, de un agujero negro de una masa solar, su temperatura es menor que 3
grados kelvin, la temperatura, aproximada, del fondo de microondas, la
radiación «fósil» o, mejor, «residual» del big bang. Esto quiere decir que agujeros negros de ese tamaño
absorberán radiación más rápidamente de la que emitirán, lo que significa que
continuarán aumentando de masa. Sin embargo, Hawking argumentó que además de
los agujeros negros formados en un colapso gravitacional de grandes cantidades
de materia, cabe suponer que se formarían otros, mucho más pequeños, en los
primeros instantes del universo, debido a las fluctuaciones de densidad de
materia-energía que se produjeron entonces. Estos mini-agujeros negros tendrían
una temperatura mucho mayor y radiarían más energía de la que absorberían.
Perderían masa, lo que les haría todavía más calientes, y acabarían estallando
en una gran explosión de energía. Su vida sería tal, que podríamos observar
esas explosiones ahora. No obstante, aún no han sido detectadas.
Fue el gran momento de
Hawking como científico, aunque no, en modo alguno, su final. Sin embargo, por
entonces apenas era conocido fuera del mundo científico. Todo cambió con la
publicación de su libro de carácter popular, o de divulgación: A Brief History of Time (1988),
traducido al español no como Una
breve historia del tiempo, sino como Historia del tiempo. De él se han vendido más de diez millones de
ejemplares (se mantuvo durante cuatro años en la lista de superventas del London Sunday Times), y probablemente ha
sido traducido a todas las lenguas del mundo con un mínimo de hablantes. Es un
buen libro, imaginativo y muy especulativo, y está escrito con un gran sentido
del humor, y también de la oportunidad. Del humor me quedo con unas frases que
aparecen en los «Agradecimientos»: «Alguien me dijo que cada ecuación que
incluyera en el libro reduciría las ventas en la mitad. Al final, sin embargo,
sí que incluí una ecuación, la famosa ecuación de Einstein, E = mc^2. Espero
que esto no asuste a la mitad de mis potenciales lectores». Me encuentro a
menudo con personas que me dicen que no lo han entendido, algo que, por otra
parte, no parece disminuir su entusiasmo y admiración por libro y autor.
Dejando aparte el sentido del humor que he mencionado, y también el que el
universo tiene para nosotros un atractivo especial, acaso atávico, y que la Historia del tiempo trata de eso,
Hawking atrae la atención del público por la situación física en que se
encuentra desde hace mucho.
En 1963, poco después de
graduarse en Oxford y trasladarse a Cambridge, con el propósito de hacer una
tesis doctoral en cosmología, desarrolló una gravísima enfermedad: la
esclerosis lateral amiotrófica, también conocida como enfermedad de Lou Gehrig,
un mal que destruye lentamente los nervios que controlan los músculos del
cuerpo y que deja que éstos se consuman uno tras otro hasta quedar paralizados.
Normalmente, este tipo de enfermedad conduce con cierta rapidez a la muerte, y
Hawking pensó que eso le ocurriría a él, por lo que perdió durante algún tiempo
interés por la ciencia. No obstante, hacia el invierno de 1964-1965 se hizo
patente que la suya era una variante más lenta, y recuperó las ilusiones (de
hecho se casó en 1965 y tuvo dos hijos y una hija; bastantes años más tarde, ya
célebre y mucho más incapacitado, se divorció y volvió a casarse). Cuando yo
vivía en Oxford, entre 1975 y 1978, recuerdo haberlo escuchado –y entendido lo
que decía– en algún seminario suyo en el Instituto de Matemáticas. Hoy no sólo
no puede hablar, sino que lo único que le conecta al mundo es un dedo, un mero
dedo, con el que maneja un ordenador que produce una fría voz sintética,
metálica.
No creo que sea
irreverente o exagerado decir que la presencia física de Hawking, sentado,
desmañado, incapaz de sujetarse, en una silla de ruedas, con cada vez más
dificultades para hacerse entender, ha sido muy, muy importante en la atracción
que el público ha sentido y siente por él y, subsiguientemente, por sus libros
(después de Historia del tiempo
llegaron otros, como el magnífico El
universo en una cáscara de nuez publicado en 2001). Con justicia, la
sociedad, el mundo, ha apreciado, admirado y se ha conmovido con el esfuerzo de
un científico severamente incapacitado, que puede realizar complicados cálculos
en su mente, sin un papel que le ayude, y que a pesar de todo no ha perdido el
sentido del humor, que en él es casi legendario, ni la ilusión de vivir (viaja,
por ejemplo, muy a menudo). Es, por todo ello, un ejemplo. El ejemplo de un ser
humano que quiere vivir, que ama la ciencia, y el agrandarla y transmitirla a
otros. Por eso es justa su fama, aunque no sea «el sucesor de Einstein», y
también que ocupe en Cambridge la cátedra («Lucasiana») universitaria que una
vez fue de Isaac Newton.
Fuente: Sánchez Ron, J. M. (2006), Diccionario de la ciencia, Crítica,
Barcelona.
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