2/6/08

Supervivencia de la obra de Aristóteles

Por Daniel J. Boorstin
La supervivencia aleatoria de la miscelánea enciclopédica de Aristóteles constituye una saga por sí sola. El pionero griego de la geografía, Estrabón (c. 63 a.C.-19 d.C.), afincado en Roma c. 20 a.C., nos cuenta su historia. A su muerte, Aristóteles legó su biblioteca y escritos –junto con la dirección del Liceo– a su polifacético amigo y colega Teofrasto (c. 371-287 a.C.), quien se había granjeado el liderazgo de la escuela peripatética con sus escritos sobre botánica y su Metafísica, y abrió nuevos caminos a la ensayística con sus ingeniosos «Caracteres». A la muerte de Teofrasto, dejó la herencia literaria aristotélica al joven filósofo Neleo, de quien esperaba que le sucediera en el Liceo. Neleo procedía de una ciudad llamada Escepsis, en Anatolia, en la zona en la que Aristóteles había contado con el patrocinio de Hermias. Neleo legó este material a sus herederos personales, que no eran filósofos. Cuando los reyes Atálidas de Pérgamo invadieron Escepsis en busca de obras para su biblioteca, los herederos habían enterrado los libros en una bodega, abandonándonos al moho y la polilla. Sin embargo, al final consiguieron vender esos libros y manuscritos que se desintegraban.
El bibliófilo Apelicón realizó y publicó nuevas copias, descuidadas. El siguiente paso de la saga aristotélica lo cuenta Plutarco. Cuando Sila (138-78 a.C.), el general romano, capturó Atenas en el 86 a.C., en su campaña contra Mitrídates, se apoderó de la biblioteca de Apelicón, incluidos los libros y papeles de Aristóteles, y la llevó a Roma. Ahí, afortunadamente, un discípulo y admirador del filósofo, el gramático Tiranio, amigo de Cicerón y César, se granjeó la confianza del bibliotecario, trabajó en los libros, organizó los manuscritos y realizó nuevas copias. El propio Cicerón admiraba tanto «el flujo dorado de la conversación» de Aristóteles (en sus diálogos, perdidos), que dijo haber tratado de escribir «al modelo aristotélico». Por suerte, Tiranio envió sus copias a Andrónico de Rodas, otro admirador de Aristóteles.
Y fue este Andrónico quien dio alas a la popularidad del filósofo. En torno al 40 a.C., organizó las obras en el orden en que han llegado hasta nosotros y en el que se basan los listados posteriores. Escribió un tratado personal sobre el conjunto de los escritos, redactó una vida de Aristóteles y nos transmitió una transcripción de su testamento. Hasta Andrónico, señala Plutarco, «los primeros peripatéticos fueron muy inteligentes y estudiosos, pero no tuvieron un conocimiento amplio ni preciso de los escritos de Aristóteles y Teofrasto». Andrónico había dado forma, sin saberlo, al vocabulario científico y filosófico de la Europa cristiana.
Fuente: Boorstin, D. (1988), Los pensadores, Crítica, Barcelona.

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