Por Daniel J. Boorstin
La supervivencia aleatoria de la
miscelánea enciclopédica de Aristóteles constituye una saga por sí sola. El
pionero griego de la geografía, Estrabón (c.
63 a.C.-19 d.C.), afincado en Roma c.
20 a.C., nos cuenta su historia. A su muerte, Aristóteles legó su biblioteca y
escritos –junto con la dirección del Liceo– a su polifacético amigo y colega
Teofrasto (c. 371-287 a.C.), quien se había granjeado el liderazgo de la
escuela peripatética con sus escritos sobre botánica y su Metafísica, y abrió nuevos caminos a la
ensayística con sus ingeniosos «Caracteres». A la muerte de Teofrasto, dejó la
herencia literaria aristotélica al joven filósofo Neleo, de quien esperaba que
le sucediera en el Liceo. Neleo procedía de una ciudad llamada Escepsis, en
Anatolia, en la zona en la que Aristóteles había contado con el patrocinio de
Hermias. Neleo legó este material a sus herederos personales, que no eran
filósofos. Cuando los reyes Atálidas de Pérgamo invadieron Escepsis en busca de
obras para su biblioteca, los herederos habían enterrado los libros en una
bodega, abandonándonos al moho y la polilla. Sin embargo, al final consiguieron
vender esos libros y manuscritos que se desintegraban.
El bibliófilo Apelicón
realizó y publicó nuevas copias, descuidadas. El siguiente paso de la saga
aristotélica lo cuenta Plutarco. Cuando Sila (138-78 a.C.), el general romano,
capturó Atenas en el 86 a.C., en su campaña contra Mitrídates, se apoderó de la
biblioteca de Apelicón, incluidos los libros y papeles de Aristóteles, y la
llevó a Roma. Ahí, afortunadamente, un discípulo y admirador del filósofo, el
gramático Tiranio, amigo de Cicerón y César, se granjeó la confianza del
bibliotecario, trabajó en los libros, organizó los manuscritos y realizó nuevas
copias. El propio Cicerón admiraba tanto «el flujo dorado de la conversación» de
Aristóteles (en sus diálogos, perdidos), que dijo haber tratado de escribir «al
modelo aristotélico». Por suerte, Tiranio envió sus copias a Andrónico de
Rodas, otro admirador de Aristóteles.
Y fue este Andrónico
quien dio alas a la popularidad del filósofo. En torno al 40 a.C., organizó las
obras en el orden en que han llegado hasta nosotros y en el que se basan los
listados posteriores. Escribió un tratado personal sobre el conjunto de los
escritos, redactó una vida de Aristóteles y nos transmitió una transcripción de
su testamento. Hasta Andrónico, señala Plutarco, «los primeros peripatéticos
fueron muy inteligentes y estudiosos, pero no tuvieron un conocimiento amplio
ni preciso de los escritos de Aristóteles y Teofrasto». Andrónico había dado
forma, sin saberlo, al vocabulario científico y filosófico de la Europa
cristiana.
Fuente: Boorstin, D. (1988), Los pensadores, Crítica, Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario