Por Eduardo Galeano
1911
Anenecuilco
…
Imagen tomada de https://bit.ly/2BDMk7W
Nació jinete, arriero y domador. Cabalga
deslizándose, navegando a caballo las praderas, cuidadoso de no importunar el
hondo sueño de la tierra. Emiliano Zapata es hombre de silencios. Él dice
callando.
Los campesinos de
Anenecuilco, su aldea, casitas de adobe y palma salpicadas en la colina, han
hecho jefe a Zapata y le han entregado los papeles del tiempo de los virreyes,
para que él sepa guardarlos y defenderlos. Ese manojo de documentos prueba que
esta comunidad, aquí arraigada desde siempre, no es intrusa en su tierra.
La comunidad de
Anenecuilco está estrangulada, como todas las demás comunidades de la región
mexicana de Morelos. Cada vez hay menos islas de maíz en el océano del azúcar.
De la aldea de Tequesquitengo, condenada a morir porque sus indios libres se
negaban a convertirse en peones de cuadrilla, no queda más que la cruz de la
torre de la iglesia. Las inmensas plantaciones embisten tragando tierras, aguas
y bosques. No dejan sitio ni para enterrar a los muertos:
-Si quieren sembrar, siembren en macetas.
Matones y leguleyos se
ocupan del despojo, mientras los devoradores de comunidades escuchan conciertos
en sus jardines y crían caballos de polo y perros de exposición.
Zapata, caudillo de los
lugareños avasallados, entierra los títulos virreinales bajo el piso de la
iglesia de Anenecuilco y se lanza a la pelea. Su tropa de indios, bien
plantada, bien montada, mal armada, crece al andar.
Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO,
Siglo Veintiuno, Madrid.
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