Por Fidel Castro
FIDEL CASTRO. ... El Che era un hombre de
una gran integridad personal y política, de una gran integridad moral.
FREI BETTO. Cuando lo conoció, ¿cuántos
años tenía usted?
Yo conocí al Che cuando salí de la prisión
y marché a México; eso fue en el año 1955. Ya él había trabado contacto con
algunos compañeros que estaban allá. Venía de Guatemala donde había vivido el
drama de la intervención de la CIA y de Estados Unidos, el derrocamiento de
Árbenz, los crímenes que se cometieron allí; no sé si fue a través de una
embajada, pero de alguna forma pudo salir. Él era recién graduado de médico y
había salido de Argentina una vez o dos veces; recorrió Bolivia, distintos
países. Incluso vive en Cuba un compañero argentino que salió con él, se llama
Granado, es investigador científico, trabaja aquí con nosotros. Fue quien le
hizo compañía en uno de los viajes. Llegaron hasta el Amazonas, estuvieron en
un leprosorio, algo así como un par de misioneros, ya graduados de Medicina.
FREI BETTO. ¿Y era más joven que usted?
FIDEL CASTRO. Yo creo que el Che era más
joven que yo, tal vez dos años. Creo que nació en 1928.
Se había graduado en
Medicina. Era estudiosos del marxismo-leninismo, autodidacta, muy estudioso,
era un convencido. Y la vida lo fue enseñando, la experiencia de lo que veía
por todas partes, así que cuando nosotros nos encontramos con el Che, ya era un
revolucionario formado; además, un gran talento, una gran inteligencia, una
gran capacidad teórica. Es verdaderamente triste que haya muerto joven y sin
que hubiese podido concretar en obras y en libros su pensamiento
revolucionario. Él escribía muy bien, redactaba muy bien, de una forma realista
y expresiva, digamos un Hemingway escribiendo, con pocas palabras, la palabra
precisa, exacta. A todo eso se unían también condiciones humanas excepcionales,
de compañerismo, desinterés, altruismo, valentía personal. Claro, eso no lo
sabíamos cuando lo conocimos. Nos caía bien aquella persona, el argentino –por
eso le decían el Che-, que hablaba de las cosas de Guatemala. Como él mismo
cuenta, hablamos poco tiempo y nos pusimos rápidamente de acuerdo para que
formara parte de nuestra expedición.
FREI BETTO. ¿Ustedes le pusieron a él Che,
o él se llamaba así?
FIDEL CASTRO. Los cubanos que estaban allí
le llamaban Che, si hubiera sido otro argentino le hubieran llamado Che
también, como suelen decirles a los argentinos. Lo que pasa es que el Che
adquirió tal renombre y tal prestigio, que se hizo propietario de ese
seudónimo. Así se le llamó por los compañeros, y así lo conocí yo.
Él era médico, y vino
como médico en nuestra expedición; no venía como soldado. Claro, recibió el
entrenamiento, algunas instrucciones para la lucha de guerrillas. Era
disciplinado, buen tirador; eso le agradaba a él, como le agradaba el deporte.
Casi todas las semanas trataba de subir el Popocatépetl; nunca lo alcanzaba
pero lo volvía a intentar siempre. Él padecía de asma, tiene mucho mérito en
los esfuerzos y proezas físicas que realizó, porque sufría del asma.
FREI BETTO. ¿Era también buen cocinero
como usted?
FIDEL CASTRO. Bueno, creo que yo soy mejor
cocinero que lo que él lo era. No voy a decir que soy mejor revolucionario,
pero mejor cocinero que el Che, sí.
FREI BETTO. En México él preparaba buenas
carnes.
FIDEL CASTRO. Él sabía algo de asados tipo
argentino; eso solo se puede hacer en pleno campo. En las prisiones de México,
donde estuvimos juntos por nuestras actividades revolucionarias, los arroces,
los frijoles, los espaguetis preparados de distintas formas eran asunto mío. Yo
realmente era el especialista en cuestiones de cocina, aunque él sabía algunas
de esas cosas. Tengo que defender mi orgullo profesional como lo defendieras tú
y lo defendería tu madre, que sí es una verdadera científica de la cocina.
Pero, bueno, el Che por
todas aquellas características empieza a descollar: características humanas,
intelectuales, pero más tarde en la guerra también militares, su capacidad de
jefe, su valentía. A veces era temerario, de forma que yo mismo tenía que
ejercer cierto control sobre él. Algunas operaciones que quería hacer se las
controlaba, o las prohibía incluso, porque cuando empezaban los combates se
enardecía mucho; era además tenaz, persistente en las acciones. Comprendiendo
su valor y su capacidad, hice lo que con otros cuadros también: a medida que
ellos adquirían experiencia, buscaba cuadros nuevos para misiones tácticas y reservaba
los más aguerridos para operaciones estratégicas; es decir, había un momento en
que el tipo de operaciones sencillas, aunque peligrosas, las asignaba a nuevos
combatientes destacados para que adquirieran experiencia al mando de pequeñas
unidades, y reservaba para misiones estratégicas a los más experimentados.
Che poseía, además, una
gran integridad moral. Se demostró que era un hombre de ideas profundas,
trabajador infatigable, cumplidor riguroso y metódico de sus deberes y, sobre
todo, predicaba con el ejemplo, muy importante. Él era el primero en todo, se ajustaba
estrictamente a las normas que predicaba, y tenía un gran prestigio, una gran
influencia sobre los compañeros. Es una de las grandes figuras que ha dado esta
generación de América Latina, y nadie sabe lo que habría llegado a realizar de
haber sobrevivido.
Desde que estábamos en
México y se incorporó a neutro movimiento, me hizo prometerle que después de la
victoria de la revolución en Cuba, se le autorizaría a volver a luchar en su
patria o por América Latina. Así estuvo varios años trabajando aquí en
importantes responsabilidades, pero siempre pendiente de eso. Al final, lo que
nosotros hicimos fue cumplir el compromiso contraído con él, no retenerlo, no
obstaculizar su regreso. Incluso ayudarlo; lo ayudamos a hacer lo que él
consideraba que era su deber. En ese momento no nos detuvimos a considerar si
podía perjudicarnos. Cumplimos fielmente la promesa que le hicimos, y cuando él
dijo: “bueno, yo quiero ya partir a cumplir una misión revolucionaria”,
“correcto, cumpliremos la promesa”, le respondí.
En estrecha armonía con
nosotros se hizo todo. Las cosas que se dijeron sobre supuestas discrepancias
con la Revolución Cubana fueron infames calumnias. Él tenía su personalidad,
sus criterios, discutíamos fraternalmente sobre diversos temas, pero siempre
hubo una armonía, una comunicación, una unidad completa en todo, y excelentes
relaciones, porque, además, era un hombre de gran espíritu de disciplina.
Cuando salió, durante
mucho tiempo circulaban los rumores de que había problemas con el Che y que el
Che estaba desaparecido. Realmente el Che estaba en África, estaba cumpliendo
una misión internacionalista en África, luchando allí en compañía de un grupo
de internacionalistas cubanos, junto a los seguidores de Lumumba después de la
muerte de este prestigioso dirigente africano, en antiguo Congo Belga, más
tarde conocido como Zaire. Allí estuvo el Che varios meses. Trataba de ayudar
en lo posible, porque él sentía una gran simpatía y solidaridad por los países
africanos, donde adquiría, además, experiencia adicional para sus luchas
futuras. Después de aquella misión internacionalista, en espera de que se
crearan el mínimo de condiciones en Suramérica, estuvo una parte del tiempo en
Tanzania y después en Cuba.
Cuando se marchó, me
escribió la conocida carta de despedida, y yo no quise publicarla durante meses
por la sencilla razón de que el Che tenía que salir de África. Y,
efectivamente, salió de África, regresó a Cuba, estuvo un tiempo, solicitó un
grupo voluntario de combatientes de la Sierra Maestra, que nosotros
autorizamos, se entrenó duramente junto a sus compañeros, y después partió a
Suramérica. Tenía ideas de luchar no solo en Bolivia, sino también en otros
países y en su propio país. Esa es la explicación por la cual escogió aquel
punto. Desde luego, se hizo mucha campaña de insidias contra Cuba en todo aquel
periodo, pero nosotros soportamos la campaña y no publicamos la carta; solo lo
hicimos cuando ya el Che tenía asegurada la llegada a la zona escogida por él
en Bolivia. Fue entonces cuando la publicamos. Se hizo mucha campaña calumniosa
con relación a todo eso.
Si quieres que resuma,
diría que si el Che fuera católico, si el Che perteneciera a la Iglesia, tenía
todas las virtudes para que hubieran hecho de él un santo.
Fuente: Betto, F. (1985), Fidel y la religión, Oficina de
Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana.
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