Por Stephen Hawking
Imagen tomada de https://bit.ly/2HzBdBe
La relación de Einstein con la política de
la bomba nuclear es bien conocida: firmó la célebre carta al presidente
Franklin Roosevelt que acabó convenciendo a Estados Unidos de tomar seriamente
en cuenta la idea, y se comprometió activamente con los esfuerzos que se
llevaron a cabo durante la posguerra para prevenir la guerra nuclear. Pero
estas no fueron acciones aisladas de un científico que se ve arrastrado al
mundo de la política, sino que, de hecho, toda la vida de Einstein estuvo, por
decirlo con sus propias palabras, «dividida entre la política y las ecuaciones».
Las primeras actividades
políticas de Einstein se desarrollaron durante la primera guerra mundial,
cuando era profesor en Berlín. Enfurecido por lo que consideraba una
dilapidación de vidas humanas, participó activamente en las manifestaciones
contra le guerra. Su apoyo a la desobediencia civil y su exhortación pública a
rehusar el enrolamiento en el ejército no contribuyeron demasiado a que sus
colegas le apreciaran. Una vez acabada la guerra, orientó sus esfuerzos hacia
la reconciliación y la mejora de las relaciones internacionales, lo que también
aumentó su popularidad, y pronto sus actitudes políticas le dificultaron
visitar Estados Unidos, incluso como conferenciante.
La segunda gran causa de
Einstein fue el sionismo. Aunque de ascendencia judía, Einstein rechazaba la
idea bíblica de Dios. Sin embargo, una conciencia creciente del antisemitismo,
antes y durante la primera guerra mundial, le llevó a identificarse cada vez
más con la comunidad judía, hasta convertirse en un abierto defensor del
judaísmo. Una vez más, el riesgo de hacerse impopular no le impidió expresar
sus opiniones. Sus teorías fueron atacadas e incluso se fundó una organización
anti-Einstein. Un hombre convicto de incitar el asesinato de Einstein sólo fue
multado con unos seis euros. Pero el científico no se inmutó: cuando se publicó
un libro titulado Cien autores
contra Einstein, dijo: «Si estuviera realmente equivocado, ¡con uno solo
hubiera bastado!».
En 1933, Hitler llegó al
poder. Einstein estaba en América, y declaró que no regresaría a Alemania.
Entonces, mientras las milicias nazis arrasaban su casa y sus cuentas bancarias
eran confiscadas, un periódico de Berlín tituló: «Buenas noticias de Einstein:
no regresará». Ante la amenaza nazi, Einstein renunció a su pacifismo, por
temor a que los científicos alemanes construyeran una bomba nuclear, y propuso
que Estados Unidos desarrollara la suya. Pero incluso antes de estallar la
primera bomba, advirtió públicamente de los peligros de la guerra atómica y
propuso un control internacional sobre el armamento nuclear.
Los esfuerzos de Einstein
a lo largo de su vida en favor de la paz no lograron nada duradero, y
ciertamente le granjearon muchas enemistades. Su apoyo explícito a la causa
sionista, sin embargo, fue debidamente reconocido en 1952, cuando se le ofreció
la presidencia de Israel. Él declinó la propuesta, diciendo que creía que era
demasiado ingenuo para la política. Pero quizá la auténtica razón fue otra; por
citarle una vez más: «Las ecuaciones son más importantes para mí, porque la
política es para el presente, mientras que las ecuaciones son para la eternidad».
Fuente: Hawking, S. (2005), Brevísima historia del tiempo, Crítica,
Barcelona.