Por Carl Sagan
Los métodos de la ciencia –con todas sus
imperfecciones– se pueden usar para mejorar los sistemas sociales, políticos y
económicos, y creo que eso es cierto cualquiera que sea el criterio de mejora
que se adopte. ¿Cómo puede ser así si la ciencia se basa en el experimento? Los
humanos no son electrones o ratas de laboratorio. Pero todas las actas del
Congreso, todas las decisiones del Tribunal Supremo, todas las directrices
presidenciales de seguridad nacional, todos los cambios en el tipo de interés
son un experimento. Cualquier cambio en política económica, el aumento o
reducción de financiación del programa Head
Start, el endurecimiento de las sentencias penales, es un experimento.
Establecer el cambio de jeringuillas usadas, poner condones a disposición del
público o despenalizar la marihuana son experimentos. No hacer nada para ayudar
a Abisinia contra Italia, o para impedir que la Alemania nazi invadiera la
tierra del Rin, fue un experimento. El comunismo en la Europa del Este, la
Unión Soviética y China fue un experimento. La privatización de la atención de
la salud mental o de las cárceles es un experimento. La considerable inversión
de Japón y Alemania Occidental en ciencia y tecnología y casi nada en defensa
–y como resultado el auge de sus economías– fue un experimento. En Seattle era
posible comprar pistolas para autoprotección, pero no en el cercano Vancouver,
en Canadá; los asesinatos con pistola son cinco veces más comunes y la tasa de
suicidio con pistola diez veces mayor en Seattle: las pistolas facilitan el
asesinato impulsivo. Eso también es un experimento. En casi todos esos casos no
se realizan experimentos de control adecuados, o las variables no están
suficientemente separadas. Sin embargo, hasta cierto grado a menudo útil, las
ideas políticas se pueden probar. Sería una gran pérdida ignorar los resultados
de los experimentos sociales porque parecen ideológicamente desagradables.
Fuente: Sagan, C. (1995), El mundo y sus demonios, Planeta, Bogotá.
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