Por Jesús Mosterín
Imagen tomada de https://bit.ly/2SvFkT4
Plotino fue el último de los grandes
filósofos antiguos. La originalidad, coherencia y vigor de su pensamiento
saltan a la vista, y recuerdan y anticipan en muchos aspectos la metafísica de
Shankara o la de Hegel. Pero también es evidente la enorme decadencia que ese
pensamiento representa frente a los anteriores momentos de la filosofía
helénica. Plotino pretendía ser platónico, pero no tenía el más mínimo interés
por la ciencia ni por la política, que eran las dos cosas que más habían
apasionado a Platón. Su coherencia conceptual era la coherencia de un mundo
mental propio y cerrado, y no tenía nada que ver con la lógica, que Plotino
despreciaba. Su punto de partida no era la realidad empírica ni los resultados
de la ciencia, sino las palabras de Platón, congeladas, sacadas de su contexto
y arbitrariamente interpretadas. Su punto de llegada no era la actividad
teórica de Aristóteles, ni la serenidad de los estoicos, ni el placer de los epicúreos,
sino una confusa y presunta experiencia mística, que no se diferenciaba tanto
de lo que prometían los cultos mistéricos y las religiones orientales que ya
habían anegado el Imperio Romano.
De hecho, Plotino era un
pensador religioso tanto o más que filosófico, y como tal estaba llamado a
ejercer una gran influencia en el posterior pensamiento cristiano y musulmán.
Pero su religiosidad era todavía laica. Él no aceptaba revelaciones, ritos,
sacramentos ni oraciones. Se mantenía al margen tanto de la vieja y seca
religión oficial de Roma como de las nuevas y sentimentales modas religiosas.
Atacó a los gnósticos e ignoró a los cristianos, pero vivió como un monje y un
místico. Con él la filosofía antigua alcanzaba una configuración
cuasirreligiosa, que facilitaría su adopción por el cristianismo y, en
definitiva, su propia desaparición. La filosofía helénica, en sus buenos
momentos, había enseñado a los humanes a enfrentarse al mundo. Plotino solo les
enseñaba cómo huir del mundo. Pero si de lo que se trataba es de huir del mundo
y de buscar una salvación escatológica, para eso ya no hacía falta la
filosofía, para eso bastaba con la religión. Por ello no es de extrañar que,
poco después, la marea alta de la religión cristiana acabase por anegar y
suprimir todo resto de pensamiento filosófico libre.
Fuente: Mosterín, J. (2007), Roma, Alianza Editorial, Madrid.
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