De
vez en cuando tengo los pies fríos y las orejas calientes, o las manos y los
pies fríos y las orejas calientes. En una visita de rutina se lo dije a mi
médico, y me contestó que no le parecía un signo preocupante, si las puntas de
los dedos no se ponen moradas, no es preocupante, dijo. Pero el calor de mis
orejas no deja de inquietarme. No soy tan tonta como para hacer caso a la
abuela que dice que la oreja derecha caliente significa que están hablando mal
de mí, y la oreja izquierda caliente significa que están hablando bien. Solo creo
que mi cuerpo trata de decirme algo importante que no sé interpretar.
A pesar de mis orejas, me considero una
mujer sana. No sana hasta el punto en que la salud transmuta en belleza, como
ocurre con las afortunadas que lucen bien hasta cuando no se bañan. Ese nivel
de buena salud no lo he conocido nunca. Desde pequeña he tenido que bregar con
una u otra dolencia menor, desde los pies planos hasta la gastritis, pasando
por el acné y las arritmias. Pero he gozado del siguiente nivel de salud. Los resultados
de mis exámenes de sangre suelen ser buenos, y nunca me han fallado los signos vitales.
La verdad simple es que soy fuerte y he hecho lo que he querido. Llegué a la
secta porque no soporto compartir el mundo con un mar de personas que no tuvieron
las oportunidades que yo tuve.
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