Habéis de saber que cada partícula es
sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada
niebla en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son
sagrados en la memoria y en la experiencia de mi pueblo… Somos parte de la
tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas;
el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos… El murmullo
del agua es la voz del padre de mi padre.
…
Sabemos que el hombre
blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra
que otro, porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo
que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga. Trata a su madre, la
tierra, y a su padre, el cielo, como cosas que se pueden comprar, saquear y
vender, como si fueran corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito
devorará la tierra y dejará tras de sí sólo un desierto. Si contamináis vuestra
cama, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios.
Fuente: La cita procede de Proaño, L.
(1988), Monseñor Leonidas Proaño, Editorial
Ecuador, Quito.
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