Por Ramiro Díez
Don Tomás era un tipo distinguido, de
mucho dinero, de raza blanca, inteligente, sensible, impulsor de nobles sueños,
y por lo tanto comprometido con la libertad de los negros en los EEUU.
“Es nuestra obligación
moral e histórica conceder la libertad a los que hasta ahora han sido
degradados. Que sean tratados como iguales porque nuestros iguales son.”
Así, en ese tono y con
tal claridad escribía don Tomás, en una apasionada defensa de la libertad de
los negros en su país.
Pero los tiempos cambian,
y con el tiempo también los humanos: de repente, frente al tema de los negros,
don Tomás empezó a guardar silencio.
Ya no era tan entusiasta
y se dedicó a ahorrar verbos y adjetivos. Cualquier pregunta al respecto, la
respondía con monosílabos vacilantes, agregando: “Quizás sí o puede que no,
claro, depende, es decir, es necesario pensar y sopesar…” Eso: no decía nada.
Poco tiempo después,
sobre el mismo tema, ya había cambiado tanto de opinión, que no aparecía la
misma persona, y se le oyó decir:
“Los negros son una raza
maldita y sucia que arrastra ese color en la piel por el pecado de Caín”. Y
agregaba que “Nuestro Congreso (de los EEUU) no debe permitir la libertad de
los negros porque una mezcla racial será el fin de nuestra naciente nación
señalada por el Señor para muy altos destinos...”
Un poeta dijo que “Hay
días en que somos tan móviles, tan móviles”, y es cierto.
Pero tan móviles, tanto,
tanto, era demasiado sobre todo pensando en semejante tema y teniendo en cuenta
que aquel hombre de pensamiento veleidoso era respetado por su valía
intelectual.
Tal vez esos cambios
radicales de opinión se aclaren cuando recordemos esto:
El apellido de don Tomás
era Jefferson. Sí, el mismo: Tomás Jefferson, y por supuesto que llegó a ser
Presidente de los EEUU.
Lo más curioso es que
aquel cambio de opinión ocurrió cuando le regalaron, como esclava, a una
mulatica de trece años que pronto quedó en embarazo.
¿De quién? Adivina,
adivinador.
Más tarde, cuando
Jefferson fue nombrado Embajador Plenipotenciario en Francia, la niña esclava
lo acompaño a París, y quedó en embarazo cuatro veces más.
¿De quién?
Yes, yes… you are right.
Otro dato: aquella
esclava era regalo de su suegro. Y además, -¡qué familia!- era hija de su
suegro, nacida por fuera del matrimonio.
Parece una telenovela,
pero era la realidad: en resumen, aquella niña mulata era hija y esclava de su
suegro. Y había pasado a convertirse en esclava y cuñada de Jefferson, porque
era hermana media de su esposa.
Hace poco tiempo, médicos
norteamericanos analizaron el ADN de los descendientes tanto del presidente
Jefferson, como de los de aquella jovencita.
Y ¡qué coincidencia!:
coinciden…
Aquel fue un drama en la
vida del Señor Jefferson porque aunque pronunciaba uno que otro discurso
racista, quizá para crear una cortina de humo alrededor de aquella relación,
amaba de corazón a su cuñada-amante. Y amó sinceramente a los hijos nacidos de
aquella unión.
Pero ahí no se detiene la
historia: entre aquellos hermanos hubo complicaciones al tratar de conciliar el
amor de familia, con los prejuicios racistas de la época.
Por aquellas jugarretas
de la genética, unos hijos nacieron negros y otros nacieron blancos. Y los
blancos, para poder vivir con sus hermanos negros en la misma casa, como una
familia amorosa, tenían que mentir ante todo el mundo y decir que aquellos
negros eran sus esclavos.
Don Tomás Jefferson,
preclaro presidente norteamericano, murió a los setenta y tantos años. Y dicen
que sus últimas palabras, -¿será verdad?- convulsivas, en su lecho de muerte
fueron…
No. No es prudente
reproducir lo que no tiene sustento histórico, y en especial cuando se trata de
tan dramático momento. Don Tomás también tiene derecho al descanso.
Fuente: Díez, R. (2004), Páginas con Cierto Sentido, Impresores
MYL, Quito.
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