Por Paco Ignacio Taibo II
En los siguientes quince años, bajo el
signo de una serie de sorprendentes casualidades, sin duda atribuibles a que
los personajes involucrados vivían en tiempos inciertos y al filo de la navaja,
la mayoría de aquellos que tuvieron que ver con la captura, la orden del
asesinato y la desaparición del cadáver de Ernesto Guevara, sufrieron extraños
accidentes mortales en helicópteros o automóviles, fueron ajusticiados por los
herederos de la guerrilla, deportados, se enfermaron misteriosamente, fueron
tiroteados, victimados por grupos terroristas de la izquierda fanstasmagórica o
de la derecha más cavernícola o asesinados a palos por sus propios ex
compañeros.
Como si el fantasma del
Che retorna a pedir cuentas a sus asesinos, una sistemática ola de violencia
fue tocando uno a uno a casi todos los participantes en los acontecimientos. No
es pues sorprendente que este cúmulo de casualidades diera nacimiento a la
leyenda de la maldición del Che, que según el rumor o la conseja popular
hubiera organizado desde el más allá la coordinación de estos accidentes,
atentados y enfermedades; un segundo rumor, sin ninguna prueba que lo apoyara,
atribuyó a los servicios secretos cubanos una operación de venganza
internacional.
…
Repasemos:
Honorato Rojas se volvió
figura pública tras aquella fotografía en que el vicepresidente Siles lo
felicitaba por haber delatado a la guerrilla y haber conducido al grupo de
Tania y Vilo Acuña a la emboscada en el vado del Yeso, una foto patética, con
Honorato vestido de ranger, con
una gorra que le quedaba grande y su hija de año y medio en los brazos.
El 14 de julio del 69, un
comando del renacido ELN lo ajustició de dos disparos en la cabeza. Vivía a
unos kilómetros de Santa Cruz en un ranchito de cinco hectáreas que le había
regalado Barrientos.
Y sería el propio general
René Barrientos el segundo en caer. Presidente de Bolivia, y el que confirmó la
orden de ajusticiamiento del Che, menos de un año más tarde moría carbonizado
al desplomarse cerca de la población de Arque el helicóptero en que viajaba el
29 de abril del 69. El accidente nunca ha podido ser explicado. El rumor acusó
a su viejo compañero, el general Ovando, de estar detrás del asesinato, en un
momento en que Barrientos preparaba un autogolpe de estado para librarse de
oposiciones internas y externas. Por cierto que Ovando fue arrojado en 1970 del
palacio presidencial, al que había llegado, gracias a un golpe militar contra
el sustituto de Barrientos por otro militar, el general Miranda.
El escritor Jorge
Gallardo, quien estuvo en estrecho contacto con la cúpula militar que protagonizó
el golpe progresista de Torres años después de los sucesos, contaba: “Tres años
después de la muerte del Che, la superstición popular presagiaba que desde su
tumba se llevaría consigo a los responsables de su muerte”. Y un par de
historiadores cubanos que recorrieron el sur de Bolivia en la zona donde operó
la guerrilla del Che, registraban: “A partir de estas creencias comenzó a
circular entre los militares bolivianos y sus familiares una carta cadena, la
cual decía que la muerte de Barrientos era un castigo de dios y que a todos los
culpables del asesinato del Che una grave desgracias les esperaba. Para poder
salvarse recomendaba rezar tres padres nuestros y tres aves marías. Había que
reproducirla en nueve copias y enviarla a igual cantidad de destinatarios”.
O bien las copias de la
carta cadena resultaron insuficientes, o bien los actos se sucedían sin ninguna
coordinación, el caso es que poco después del “accidente” de Barrientos una
nueva muerte colaboró a que el rumor siguiera creciendo: el 10 de octubre de
1970, un día después del tercer aniversario de la muerte del Che, falleció en
un accidente de automóvil el teniente Eduardo Huerta, quien había sido el
primer oficial que participó en la captura.
La cadena prosiguió con
el violento asesinato del coronel Andrés Selich, quien fue uno de los pocos
militares de alta graduación que entrevistó al Che en la escuela de La Higuera
y trató de vejarlo. Al principio de la década de los 70, bajo el gobierno de
Bánzer, de quien había sido ministro del Interior, fue muerto a palos en una
sesión de “interrogatorio” realizada por agentes de seguridad militar, cuando
lo sorprendieron fraguando uno más de la cadena de golpes de estado que
componen la historia de Bolivia.
Poco después el coronel
Roberto Quintanilla, quien como jefe de inteligencia del Ministerio del
interior presenció la amputación de las manos del cadáver del Che para su
posterior identificación y años más tarde fue el asesino material de Inti
Peredo, fue ajusticiado en Hamburgo en abril del 71 por una militante del ELN,
Mónica Earlt. Presentándose como una ciudadana alemana que requería una visa
para Bolivia, Mónica entró en el consulado, solicitó ver al coronel Quintanilla
y llevada a su presencia lo mató de dos tiros en el pecho, desapareciendo
inmune tras la operación.
La “maldición” del Che no
sólo era portada por militantes revolucionarios, a veces cobraba una forma
diferente: el agente de la CIA que identificó al Che y luego fotografió su
diario, Félix Rodríguez, a su regreso a Miami comenzó a sufrir de asma, a pesar
de que el asma suele manifestarse en la infancia y él no tenía antecedentes de
haber sufrido nunca esa enfermedad. “Cuando llegué aquí a Miami (…) acabé con
un ataque de asma. Me hicieron pruebas de alergia de todo tipo y nada salió
positivo. Concluyeron que era o la maldición del Che o algo sicológico, lo
mismo me daba en climas secos que húmedos, fríos que calurosos.”
El mayor Juan Ayora,
cuyos rangers actuaron en
la fase final de la campaña contra el Che e intervinieron en su captura y
muerte, fue deportado por el gobierno Bánzer a fines de septiembre del 72.
Juan José Torres, quien
era jefe del estado mayor del ejército boliviano durante la campaña del Che y
suscribió la orden de ejecución, llegó años más tarde al poder, del que fue
expulsado por un golpe militar de signo conservador y el 12 de febrero del 76
cayó asesinado de tres balazos en la cabeza por la ultraderechista Triple A en
Buenos Aires.
Dos meses más tarde, en
mayo del 76, en el extremo opuesto del espectro político, fue el general
Joaquín Zenteno Anaya, quien siendo comandante de la VIII división transmitió
la orden de ejecutar al Che, el que fue ajusticiado a balazos en París cuando
ejercía las funciones de embajador de Bolivia, por un efímero comando
autonombrado Brigada nacionalista Che Guevara que nunca volvió a actuar después
de esta operación. Zenteno recibió tres tiros a quemarropa de calibre 7.65 ante
la puerta de su oficina. Los investigadores lo relacionaron con que había sido
acusado públicamente de proteger a viejos nazis ocultos en Bolivia, como
Barbie.
El capitán Vargas, al
mando de la emboscada de Vado del Yeso y que después se hizo cargo de ocultar
el cadáver del Che y sus compañeros, sufrió trastornos sicológicos porque “los
muertos lo perseguían, venían a buscarlo”.
Gary
Prado Salomón, el capitán que capturó al Che, sufrió una herida de bala que le
perforó los dos pulmones y le lesionó la columna vertebral dejándolo
paralítico, cuando se enfrentaba a la ocupación de un campamento petrolero en
Santa Cruz por un grupo fascista a principios del 81. Curiosamente, el tiro se
le dio accidentalmente uno de sus propios soldados cuyo nombre nunca fue dado a
conocer.
Veinte años después de
los sucesos, el ex ministro del Interior Antonio Arguedas cumplía ocho años de
cárcel en una cárcel boliviana por el secuestro de un comerciante, tras haber
sido tiroteado y bombardeado por desconocidos a fines de la década de los 60.
En el año 2000, según noticias del general Arana, murió en La Paz a causa de un
bombazo.
Poco se sabe sobre el
destino del suboficial Mario Terán; aunque se ha dicho en algunos periódicos
que vaga alcoholizado por las calles de Cochabamba, perseguido en sus
pesadillas por la imagen del Che y que, al igual que el sargento Bernardino
Huanca, ha tenido que someterse a frecuentes tratamientos siquiátricos.
Fuente: Taibo II, P. I. (1996), Ernesto Guevara también conocido como el Che,
Planeta Mexicana, México, D. F.
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