Por Albert Camus
Marx … puso el trabajo, su degradación
injusta y su dignidad profunda, en el centro de su pensamiento. Se alzó contra
la reducción del trabajo a una mercancía y del trabajador a un objeto. Recordó
a los privilegiados que sus privilegios no eran divinos, ni la propiedad un
derecho eterno. Dio mala conciencia a quienes no tenían derecho a mantenerla en
paz y denunció, con una profundidad inigualable, a una clase cuyo crimen no
residía tanto en haber tenido el poder cuanto en haberlo usado para los fines
de una sociedad mediocre y sin verdadera nobleza. Le debemos la idea, que
constituye la desesperación de nuestra época –pero aquí la desesperación vale
más que toda esperanza–, de que cuando el trabajo es una degradación, no es la
vida, aunque cubre todo el tiempo de la vida. ¿Quién, a pesar de las
pretensiones de esta sociedad, puede dormir en ella en paz, sabiendo en lo
sucesivo que obtiene sus goces mediocres del trabajo de millones de almas
muertas? Exigiendo para el trabajador la verdadera riqueza, que no es la del
dinero, sino la del tiempo libre o de la creación, reclamó, pese a las
apariencias, la cualidad del hombre. Con esto, puede afirmarse rotundamente, no
quiso la degradación suplementaria que en su nombre se ha impuesto al hombre.
Una frase suya, por una vez clara y tajante, negó para siempre a sus discípulos
triunfantes la grandeza y la humanidad que él sí poseía: «Un objetivo que requiere
medios injustos no es un objetivo justo».
Fuente: Camus, A. (1951), El hombre
rebelde, Alianza Editorial, Madrid.
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