Imagen tomada de https://bit.ly/2G5oF2y
No importa cuánto sepas, no importa cuánto
pienses, no importa cuánto maquines, finjas y planees, no estás por encima del
sexo. Es un juego muy arriesgado. Uno no tendría dos tercios de los problemas
que tiene si no corriera el albur de la jodienda. El sexo es lo que desordena
nuestras vidas normalmente ordenadas. Lo sé tan bien como cualquiera. Hasta el
último resto de vanidad volverá para burlarse de ti. Lee el Don Juan de Byron. No obstante, ¿qué
haces si tienes sesenta y dos años y crees que nunca podrás aspirar de nuevo a
algo tan perfecto? ¿Qué haces si tienes sesenta y dos años y el impulso de
apropiarte de lo que aún puede ser tuyo es irresistible? ¿Qué haces si tienes
sesenta y dos años y te das cuenta de que todos esos órganos invisibles hasta
ahora (riñones, pulmones, venas, arterias, cerebro, intestinos, próstata,
corazón) están a punto de empezar a hacerse penosamente evidentes, mientras que
el órgano más sobresaliente durante toda tu vida está condenado a reducirse hasta
la insignificancia?
Fuente: Roth, P. (2001), El animal moribundo, Random House
Mondadori, Barcelona.
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