La mayoría de gobiernos pasan por la
historia sin abollarla significativamente, pero los pocos que llevan a cabo
reformas importantes y enrumban a los países por sendas distintas, suelen tener
una influencia histórica abrumadora, para bien o para mal. Los gobiernos de José
Figueres en Costa Rica y de Fidel Castro en Cuba pertenecen a la categoría de
gobiernos históricos. Ambos gobiernos tenían un plan para que su nación salga
del subdesarrollo. Ambos dependían de la reacción de Estados Unidos, que suele
oponerse al desarrollo independiente de otras naciones. Y sin embargo ambos
representan, hasta cierto punto, un desafío exitoso a la ambición imperial. Cuba
sobrevivió al terrorismo patrocinado por Estados Unidos, a su bloqueo económico
y a la caída de la Unión Soviética, cuyo apoyo había disuadido a Estados Unidos
de una invasión militar directa a la isla. En medio de esas adversidades, fue capaz
de alcanzar logros en educación y salud, pero la economía no mejoró en igual
medida y la pobreza sigue azotando a muchos cubanos, que padecen además una
asfixiante falta de libertad.
A Costa Rica le fue
mejor. En 1948 José Figueres dio un golpe de estado que elevó al poder a la
clase media rural. Su gobierno adoptó medidas socialdemócratas de bienestar, eliminó
las fuerzas armadas y reprimió severamente al movimiento obrero. En este caso
particular, Estados Unidos, acostumbrado a dar la espalda a los reformistas,
tuvo que apoyar a Figueres para no apoyar a los comunistas. Aunque posteriormente
Costa Rica sucumbió a la ortodoxia neoliberal dominante, todavía saborea los
progresos comenzados en los años de Figures, todavía es el país centroamericano
con menos pobreza.
En estos primeros años
del siglo veintiuno varios países latinoamericanos, sobre todo sudamericanos, han
tenido gobiernos con afán reformista, logrando desmarcarse hasta cierto punto de
la ortodoxia neoliberal. Llegaron al poder por los votos y no luego de un periodo
de violencia armada como en los casos de Cuba y Costa Rica, pero sucumbieron a
la corrupción y a la mala idea de apostar por la exportación de materia prima
como fuente primordial de riqueza. Las mismas personas que los votaron ahora
apoyan a los partidos rivales, abiertamente neoliberales: los que reducen aun más
la capacidad del Estado para aumentar el bienestar ciudadano.
La pobreza de gran parte
de latinoamericanos y el malestar de su clase media claman por más reformas de
corte socialdemócrata, las que funcionaron en Costa Rica y en las zonas más
desarrolladas del mundo. Ese es el camino seguro. Solo falta que los ciudadanos
asimilen esa lección histórica y elijan mejor a la hora de votar.
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