Por Pedro Juan Gutiérrez
Luisa me contaba sus historias
porno con sus maridos anteriores, y yo las mías. Las susurrábamos al oído del
otro, con lujo de detalles, y teníamos orgasmos y seguíamos y seguíamos. Un
sicólogo hubiera trabajado bastante sólo con escucharnos mientras hacíamos el
amor y Luisa apretándome con sus talones por mis nalgas y levantando bien las
rodillas para que entrara toda dentro de ella. «¡Hasta el coyote, así, que me
duela!», me repetía una y otra vez. Todo un banquete para un sicólogo. En
definitiva, los sicólogos siempre son de la clase media. Pero la clase media
nunca se entera de nada. Por eso siempre está aterrada y quiere saber qué está
bien y qué está mal y cómo se puede corregir esto y lo otro. Todo les parece
anormal. Debe ser terrible pertenecer a la clase media y querer enjuiciarlo
todo, así, desde afuera, sin mojarse el culo.
Fuente:
Gutiérrez, P. J. (1998), Trilogía sucia de La Habana, Anagrama, Barcelona.
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