20/2/20

Túpac Amaru

Por Eduardo Galeano
1781
Cuzco
Auto sacramental en la cámara de torturas
Atado al potro de suplicio, yace desnudo, ensangrentado, Túpac Amaru. La cámara de torturas de la cárcel del Cuzco es penumbrosa y de techo bajo. Un chorro de luz cae sobre el jefe rebelde, luz violenta, golpeadora. José Antonio de Areche luce ruluda peluca y uniforme militar de gala. Areche, representante del rey de España, comandante general del ejército y juez supremo, está sentado junto a la manivela. Cuando la hace girar, una nueva vuelta de cuerda atormenta los brazos y las piernas de Túpac Amaru y se escuchan entonces gemidos ahogados.
Imagen tomada de https://bit.ly/32WK4mJ
ARECHE.–¡Ah, rey de reyes, reyecillo vendido a precio vil! ¡Don José I, agente a sueldo de la corona inglesa! El dinero desposa a la ambición de poder. ¿A quién sorprende la boda? Es costumbre... Armas británicas, dinero británico. ¿Por qué no lo niegas, eh? Pobre diablo. (Se levanta y acaricia la cabeza de Túpac Amaru.) Los herejes luteranos han echado polvo a sus ojos y oscuro velo a su entendimiento. Pobre diablo. José Gabriel Túpac Amaru, dueño absoluto y natural de estos dominios... ¡Don José I, monarca del Nuevo Mundo! (Despliega un pergamino y lee en voz alta.) «Don José I, por la gracia de Dios, Inca, Rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y continentes de los mares del sud, duque de la Superlativa, Señor de los Césares y Amazonas, con dominio en el gran Paitití, Comisario distribuidor de la piedad divina...» (Se vuelve, súbito, hacia Túpac Amaru.) ¡Niégalo! Hemos encontrado esta proclama en tus bolsillos... Prometías la libertad... Los herejes te han enseñado las malas artes del contrabando. ¡Envuelta en la bandera de la libertad, traías la más cruel de las tiranías! (Camina alrededor del cuerpo atado al potro.) «Nos tratan como a perros», decías. «Nos sacan el pellejo», decías. Pero, ¿acaso alguna vez han pagado tributo, tú y los tuyos? Disfrutabas del privilegio de usar armas y andar de a caballo. ¡Siempre fuiste tratando como cristiano de linaje limpio de sangre! Te dimos vida de blanco y predicaste el odio de razas. Nosotros, tus odiados españoles, te hemos enseñado a hablar. ¿Y qué dijiste? «¡Revolución!». Te hemos enseñado a escribir, ¿y qué escribiste? «¡Guerra!». (Se sienta. Da la espalda a Túpac Amaru y cruza las piernas.) Has asolado el Perú. Crímenes, incendios, robos, sacrilegios... Tú y tus secuaces terroristas habéis traído el infierno a estas provincias. ¿Que los españoles dejan a los indios lamiendo tierra? Ya he ordenado que acaben las ventas obligatorias y se abran los obrajes y se pague lo justo. He suprimido los diezmos y las aduanas... ¿Por qué seguiste la guerra, si se ha restablecido el buen trato? ¿Cuántos miles de muertos has causado, farsante emperador? ¿En cuánto dolor has puesto las tierras invadidas? (Se levanta y se inclina sobre Túpac Amaru, que no abre los ojos.) ¿Que la mita es un crimen y de cada cien indios que van a las minas vuelven veinte? Ya he dispuesto que se extinga el trabajo forzado. ¿Y acaso la aborrecida mita no fue inventada por tus antepasados los incas? Los incas... Nadie ha tenido a los indios en trato peor. Reniegas de la sangre europea que corre por tus venas, José Gabriel Condorcanqui Noguera… (Hace una pausa y habla mientras rodea el cuerpo del vencido.) Tu sentencia está lista. Yo la imaginé, la escribí, la firmé. (La mano corta el aire sobre la boca de Túpac.) Te arrastrarán al cadalso y el verdugo te cortará la lengua. Te atarán a cuatro caballos por las manos y por los pies. Serás descuartizado. (Pasa la mano sobre el torso desnudo.) Arrojarán tu tronco a la hoguera en el cerro de Picchu y echarán al aire las cenizas. (Toca la cara.) Tu cabeza colgará tres días de una horca, en el pueblo de Tinta, y después quedará clavada a un palo, a la entrada del pueblo, con una corona de once puntas de fierro, por tus once títulos de emperador. (Acaricia los brazos.) Enviaremos un brazo a Tungasuca y el otro se exhibirá en la capital de Carabaya. (Y las piernas.) Una pierna al pueblo de Livitaca y la otra a Santa Rosa de Lampa. Serán arrasadas las casas que habitaste. Echaremos sal sobre tus tierras. Caerá la infamia sobre tu descendencia por los siglos de los siglos. (Enciende una vela y la empuña sobre el rostro de Túpac Amaru.) Todavía estás a tiempo. Dime: ¿Quién continúa la rebelión que has iniciado? ¿Quiénes son tus cómplices? (Zalamero.) Estás a tiempo. Te ofrezco la horca. Estás a tiempo de evitarte tanta humillación y sufrimiento. Dame nombres. Dime. (Acerca la oreja.) ¡Tú eres tu verdugo, indio carnicero! (Nuevamente endulza el tono.) Cortaremos la lengua de tu hijo Hipólito. Cortaremos la lengua a Micaela, tu mujer, y le daremos garrote vil... No te arrepientas, pero sálvala. A ella. Salva a tu mujer de una muerte infame. (Se aproxima. Espera.) ¡Sabe Dios los crímenes que arrastras! (Hace girar violentamente la rueda del tormento y se escucha un quejido atroz.) ¡No vas a disculparte con silencios ante el tribunal del Altísimo, indio soberbio! (Con lástima.) ¡Ah! me entristece que haya un alma que quiera irse así a la eterna condenación... (Furioso.) ¡Por última vez! ¿Quiénes son tus cómplices?
TÚPAC AMARU (Alzando a duras penas la cabeza, abre los ojos y habla por fin).–Aquí no hay más cómplices que tú y yo. Tú, por opresor, y yo, por libertador, merecemos la muerte.
Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

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