Por Jesús Mosterín
La noción actual y científica de cultura
no es meliorativa, sino valorativamente neutral. Cultura es toda la información
transmitida por aprendizaje social, y eso incluye ideas y costumbres de todo
tipo. Tan cultural es la música más sublime de Mozart como las tracas y
petardos más ensordecedores, el teorema de Pitágoras como la creencia de que el
número 13 trae mala suerte. Lo cultural no tiene por qué ser bueno o deseable
en sentido alguno. Todo lo que se transmite por medios no genéticos es cultura,
por malo o indeseable que nos pueda parecer. Tanto la ciencia como la
superstición son cultura, y también lo son la democracia y la dictadura, el
cosmopolitismo y el nacionalismo, la delicadeza del ballet clásico y el
cutrerío de las corridas de toros. El adjetivo «cultural» no es laudatorio,
sino meramente descriptivo, y no implica juicio de valor alguno. Los contenidos
culturales pueden ser admirables o execrables. Por cultura nos llenamos la
cabeza de prejuicios, supersticiones y seudoproblemas, nos ponemos cilicios,
fumamos, nos alcoholizamos, nos inyectamos heroína, contaminamos el aire que
respiramos, torturamos, declaramos la guerra y morimos por la patria. Aunque
las corridas de toros son efectivamente un caso típico de tortura como
espectáculo, no por eso dejan de constituir una tradición cultural. De hecho,
hay toda una teratología cultural, todo un catálogo de monstruosidades de la
cultura: deformaciones craneales, mutilaciones corporales, escarificaciones de
la piel y tatuajes, anillos incrustados, pies estrujados, zapatos estrechos,
cilicios, ablación del clítoris, adicción al opio o al tabaco, borracheras,
prejuicios y supersticiones de todo tipo, espectáculos crueles, afición a
portar armas de fuego, guerras, guerrillas y terrorismos diversos.
Fuente: Mosterín, J. (2014), El triunfo de la compasión, Alianza
Editorial, Madrid.
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