13/5/18

El hombre más amable versus Satanás

Por Bertrand Russell
San Francisco de Asís (1181 o 1182-1226) fue uno de los hombres más amables de la Historia. Procedía de una familia hacendada y en su juventud le gustaron las diversiones corrientes. Pero un día, cuando pasó cabalgando al lado de un leproso, un repentino impulso de compasión le hizo bajar y besar al hombre. Poco después decidió desprenderse de todos los bienes del mundo y dedicar su vida a la predicación y a las buenas obras. Su padre, un respetable comerciante, se enfureció, pero no pudo detenerle. Pronto tuvo grupos de partidarios, los cuales se entregaron a la pobreza completa. Al principio la Iglesia miró el movimiento con cierta suspicacia; se parecía demasiado a «los Hombres Pobres de Lyón». Los primeros misioneros que San Francisco envió a remotos lugares fueron considerados como herejes, porque practicaron la pobreza en vez de (como los frailes) sólo hacer los votos, que nadie tomaba en serio. Pero Inocencio III era lo suficientemente astuto para reconocer el valor del movimiento si se le podía detener en los límites de la ortodoxia y en 1209 o 1210 dio su aprobación a la nueva orden. Gregorio IX, amigo personal de San Francisco, continuó favoreciéndole, imponiéndole ciertas reglas fastidiosas para el impulso entusiasta y anárquico del Santo. Francisco deseaba interpretar el voto de la pobreza del modo más riguroso. Se opuso a que sus seguidores tuvieran casas e iglesias. Tenían que mendigar su pan, y no tenían más alojamiento que la hospitalidad que las circunstancias les deparaban. En el año 1219 viajó al Oriente y predicó ante el sultán, que le recibió cortésmente, pero siguió siendo mahometano. A su vuelta observó que los franciscanos se habían construido una casa; quedó profundamente apenado, pero el Papa le indujo o le obligó a ceder. Después de su muerte, Gregorio le canonizó, pero suavizó su regla respeto al artículo de la pobreza.
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En cuanto a santidad, Francisco ha tenido iguales; lo que le destaca como único entre los Santos es su felicidad espontánea, su amor universal y sus dones como poeta. Su bondad se revela siempre sin esfuerzo, como si no tuviera que vencer nada. Amaba todas las cosas vivientes, no sólo como cristiano u hombre benévolo, sino como poeta. Su himno al Sol, escrito poco antes de su muerte, casi podía haber sido escrito por Akhnaton, el adorador del Sol, aunque no del todo; pues el cristianismo en él influye aunque no muy claramente. Se sintió obligado hacia los leprosos, por ellos, no por él. Distinto de los demás Santos cristianos, se interesó más por la dicha de los demás que por su propia salvación. Jamás mostró ningún sentimiento de superioridad, ni siquiera a los más humildes o peores. Tomás de Celano dijo de él que era más que un Santo entre los Santos; lo era entre los pecadores.
Si existe Satanás, el porvenir de la orden fundada por San Francisco le habrá proporcionado la más exquisita satisfacción. El sucesor inmediato del Santo como cabeza de la orden, el hermano Elías, vivió en pleno lujo, y permitió abandonar completamente la pobreza. La obra principal de los franciscanos en los años inmediatamente posteriores a la muerte de su fundador fue reclutar soldados en las violentas y sangrientas guerras entre los güelfos y gibelinos. La Inquisición, fundada siete años después de su muerte, tenía en varios países a los franciscanos a la cabeza. Una pequeña minoría, llamada los Espirituales, permaneció fiel a su enseñanza; muchos de ellos fueron quemados por la Inquisición por herejía. Estos hombres sostenían que Cristo y los Apóstoles no poseían bienes, y ni siquiera la ropa que llevaban era la suya: esta opinión fue condenada como herética en 1323 por Juan XXII. El resultado final de la vida de San Francisco fue crear una orden aún más rica y corrompida, reforzar la jerarquía y facilitar la persecución de todos los que se destacaban por seriedad moral o libertad de pensamiento. Teniendo en cuenta sus propios fines y carácter, es imposible imaginar un resultado de ironía más hiriente.
Fuente: Russell, B. (2010), Historia de la filosofía occidental, Espasa, Madrid.

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