Por Eduardo Galeano
1971
Santiago de Chile
«Disparen sobre
Fidel»
ha ordenado la CIA a dos de sus agentes.
Sólo sirven para ocultar pistolas automáticas esas cámaras de televisión que
hacen como que filman, muy atareadas, la visita de Fidel Castro a Santiago de
Chile. Los agentes enfocan a Fidel, lo tienen en el centro de la mira, pero
ninguno dispara.
Hace ya muchos años que
los especialistas de la División de Servicios Técnicos de la CIA vienen
imaginando atentados contra Fidel. Han gastado fortunas. Han probado con
cápsulas de cianuro en el batido de chocolate y con ciertas infalibles
pildoritas que se disuelven en la cerveza o el ron y fulminan sin que la
autopsia las delate. También lo han intentado con basukas y fusiles de mira
telescópica y con una bomba de plástico, de treinta kilos, que un agente debía
ubicar en la alcantarilla, bajo la tribuna. Y han usado cigarros envenenados.
Prepararon para Fidel un habano especial, que mata apenas toca los labios. Como
no funcionó, probaron con otro habano que provoca mareos y aflauta la voz. Ya
que no conseguían matarlo, trataron de matarle, por lo menos, el prestigio:
intentaron rociarle el micrófono con un polvo que en pleno discurso provoca una
irresistible tendencia al disparate y hasta le prepararon una pócima
depilatoria, para que se le cayera la barba y quedara desnudo ante la multitud.
Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO,
Siglo Veintiuno, Madrid.
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