3/2/23

Zumbí

Por Eduardo Galeano

Imagen tomada de shorturl.at/etU19

1695

Serra Dois Irmãos

Honduras del paisaje, hondones del alma. Fuma en pipa Zumbí, perdida la mirada en las altas piedras rojas y en las grutas abiertas como heridas, y no ve que nace el día con luz enemiga ni ve que huyen los pájaros, asustados, en bandadas.

No ve que llega el traidor. Ve que llega el compañero, Antonio Soares, y se levanta y lo abraza. Antonio Soares le hunde varias veces el puñal en la espalda.

Los soldados clavan la cabeza en la punta de una lanza y la llevan a Recife, para que se pudra en la plaza y aprendan los esclavos que Zumbí no era inmortal.

Ya no respira Palmares. Había durado un siglo y había resistido más de cuarenta invasiones este amplio espacio de libertad abierto en la América colonial. El viento se ha llevado las cenizas de los baluartes negros de Macacos y Subupira, Dambrabanga y Obenga, Tabocas y Arotirene. Para los vencedores, el siglo de Palmares se reduce al instante de las puñaladas que acabaron con Zumbí. Caerá la noche y nada quedará bajo las frías estrellas. Pero, ¿qué sabe la vigilia comparado con lo que sabe el sueño?

Sueñan los vencidos con Zumbí; y el sueño sabe que mientras en estas tierras un hombre sea dueño de otro hombre, su fantasma andará. Cojeando andará, porque Zumbí era rengo por culpa de una bala; andará tiempo arriba y tiempo abajo y cojeando peleará en estas selvas de palmeras y en todas las tierras del Brasil. Se llamarán Zumbí los jefes de las incesantes rebeliones negras.

Fuente: Galeano, E. (1982), Memoria del fuego I. Los nacimientos, Siglo XXI, México, D.F.

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