Por Jesús Mosterín
Imagen tomada de https://bit.ly/3b001hg
El aspecto de su conducta que más ha
llamado la atención de los etólogos que los han observado en libertad es su
vida social, especialmente armónica y pacífica. Viven en comunidades de 50 a
120 individuos, que ocupan territorios de 20 a 60 km2 y se dividen en grupos
menores de membrecía variable. Los bonobos parecen haber desterrado los
conflictos de su sociedad. Nunca se ha observado que un bonobo mate a otro (a
diferencia de los chimpancés o de los humanes). Practican la promiscuidad, el
amor libre y una sexualidad constante, que la mayor parte de las veces no está orientada
a la reproducción. Los bonobos siempre están jugando con el sexo y rozando sus
órganos genitales con los de otros bonobos, en todas las permutaciones
posibles: machos con hembras, machos con machos, hembras con hembras, adultos
con juveniles, besos en la boca, copulaciones y seudocopulaciones, sexo oral y
contacto genital. Así, por ejemplo, cuando dos hembras se sienten inquietas, se
abrazan y, fijando sus miradas, frotan mutuamente sus órganos genitales
externos. El erotismo es el aceite que lubrica la sociedad de los bonobos, y
sirve tanto para calmarse en situaciones de tensión como para iniciar y
mantener relaciones de amistad, para establecer alianzas, para hacer las paces
o simplemente para pasar el rato. Sus hembras (como las humanas) están casi
siempre receptivas y dispuestas a hacer el amor con los machos, que, así, no se
pelean por ellas. Además, las hembras forman fuertes alianzas que impiden que
los machos se muestren agresivos o practiquen el infanticidio (común en otras
especies de hominoides). De hecho, las hembras son el sexo dominante, o al
menos son tan dominantes como los machos. En conjunto se trata de la sociedad
de hominoides más cohesionada y pacífica que conocemos, donde la obsesión por
la agresividad, la jerarquía y la dominancia ha sido sustituida por el más
hedonista cultivo del placer y la amistad. O, al menos, esa es la impresión que
sacan los científicos que los han observado en su estado natural.
Fuente: Mosterín, J. (2013), El
reino de los animales, Alianza Editorial, Madrid.
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