2/11/08

Masones secuestradores

Por Ramiro Díez
Irina Draskova tiene más de setenta años y su pelo blanco recuerda a las nieves siberianas, aunque su acento es suramericano. En la puerta de la librería, por la Calle Corrientes, la ancianita me tomó del brazo y me habló al oído con su deliciosa cadencia.
Con su pinta de aristócrata, y su vestido tan decoroso, era claro que no quería una moneda, asunto nada extraño en los malos tiempos que corrían. Entonces me contó esta historia:
“Un grupo de ateos y masones secuestraron al Presidente de nuestra República y a todos sus ministros”, me dijo Irina, en tono bajo y misterioso.
Sonreí, incrédulo y divertido, porque no había ninguna noticia al respecto, pero Irina me documentó su historia:
“Mirá…”, y me llevó de la mano hasta una banca cercana. Allí, sentados, escudriñó todos los rincones, hasta cerciorarse de que nadie nos seguía o nos escuchaba. “Mirá” –repitió–, y después de buscar en su bolso, me enseñó un viejo recorte de periódico:
“Acá están las promesas del Presidente. Y acá está lo que dijeron los ministros el día que se posesionaron, y una o dos semanas después. ¿Ves? ¡Son buena gente, tipos como vos y yo, honestos, gente de laburo!”.
¿Y eso que tiene que ver con el secuestro?, le pregunté.
Irina sacó de su bolso –ahora de algo que parecía un bolsillo secreto– otro recorte de periódico, más nuevo.
“¿Ves que no han cumplido las promesas? –me dijo–. Mirá lo que han hecho: todo lo contrario. ¿Ves este recorte? Leélo para que te des cuenta de cómo insultaba a estos fulanos del otro partido. Y acá está, al poco tiempo, abrazado con los mismos fulanos a los que antes atacaba. Y esto no sé si lo podás captar, porque sólo lo podemos ver las mujeres, que somos más observadoras… mirá la nariz y la sonrisa del Presidente… aquí está de frente, y en esta foto está de perfil: Se parece, ¿verdad?, pero no es el mismo. Está un poco más gordo, tiene como algo de medio idiota, pero bien disimulado porque se parece mucho al original. En resumen, el verdadero Presidente está secuestrado y este que ahora gobierna es un impostor. Con razón es tan hijueputa…”.
Irina me estaba convenciendo. Aunque era una historia difícil de creer, eso podría explicar muchas noticias de todos los días.
“Ahora dame un dólar, para juntar plata y pagar el rescate”, me dijo Irina.
Me quedé mirándola, agradecido, y le di un beso y un billete de diez. Aunque la historia valía más.
Fuente: Díez, R. (2004), Páginas con Cierto Sentido, Impresores MYL, Quito.

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