12/12/25

A plena luz

Por Eduardo Galeano

1542

Río Iguazú

Echando humo bajo su traje de hierro, atormentado por las picaduras y las llagas, Álvar Núñez Cabeza de Vaca se baja del caballo y ve a Dios por primera vez.

Las mariposas gigantes aletean alrededor. Cabeza de Vaca se arrodilla ante las cataratas del Iguazú. Los torrentes, estrepitosos, espumosos, se vuelcan desde el cielo para lavar la sangre de todos los caídos y redimir a todos los desiertos, raudales que desatan vapores y arcoiris y arrancan selvas del fondo de la tierra seca: aguas que braman, eyaculación de Dios fecundando la tierra, eterno primer día de la Creación.

Para descubrir esta lluvia de Dios ha caminado Cabeza de Vaca la mitad del mundo y ha navegado la otra mitad. Para conocerla ha sufrido naufragios y penares; para verla ha nacido con ojos en la cara. Lo que le quede de vida será de regalo.

Fuente: Galeano, E. (1982), Memoria del fuego I. Los nacimientos, Siglo XXI, México, D.F.

5/12/25

Li Po

Por Eduardo Galeano

Junio

25

El poeta chino Li Po murió en el año 762, en una noche como ésta.

Murió ahogado.

Se cayó de la barca cuando se le ocurrió abrazar a la luna, reflejada en las aguas del rio Yangtsé.

Li Po ya había buscado a la luna, en otras noches:

 

Bebo solo.

Ningún amigo está cerca.

Alzo mi copa,

invito a la luna

y a mi sombra.

Ahora somos tres.

Pero la luna no sabe beber

y mi sombra sólo sabe imitarme.

Fuente: Galeano, E. (2012), Los hijos de los días, Siglo Veintiuno, Buenos Aires. 

28/11/25

Julius Nyerere

Por Eduardo Galeano

En el crepúsculo del siglo veinte y de su propia vida, Julius Nyerere conversó con la comunidad internacional. O sea: los jefes del Banco Mundial lo recibieron en Washington.

Nyerere había sido el primer presidente de Tanzania, después de mucho pelear contra el poder colonial; y había creído en la independencia y había querido que ella fuera mucho más que un saludo a la bandera.

¿Por qué ha fracasado usted? –le preguntaron los altos expertos internacionales.

Nyerere respondió:

El Imperio Británico nos dejó un país donde casi todos eran analfabetos y habla dos ingenieros y doce médicos. Al fin de mi gobierno, casi no habla analfabetos, y teníamos miles de ingenieros y de médicos. Yo dejé el gobierno en 1985. Han pasado trece años. Ahora, tenemos muchos menos niños en las escuelas, un tercio menos, y la salud pública y los servicios sociales están en la ruina. En estos trece años, Tanzania ha hecho todo lo que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional exigieron que se hiciera para modernizar el país.

Y Julius Nyerere devolvió la pregunta:

¿Por qué han fracasado ustedes?

Fuente: Galeano, E. (2004), Bocas del tiempo, Siglo XXI, México, D.F.

21/11/25

Sahagún

Por Eduardo Galeano

1583

Tlatelolco

Solaestoy, solaestoy, canta la torcaza.

Una mujer ofrece flores a una piedra hecha pedazos:

–Señor –dice la mujer a la piedra–. Señor, cómo has sufrido.

Los viejos sabios indígenas ofrecen su testimonio a fray Bernardino de Sahagún: «Que nos dejen morir», piden, «ya que han muerto nuestros dioses».

Fray Bernardino de Ribeira, natural de Sahagún: hijo de san Francisco, pies descalzos, sotana de parches, buscador de la plenitud del Paraíso, buscador de la memoria de estos pueblos vencidos: más de cuarenta años lleva Sahagún recorriendo comarcas de México, el señorío de Huexotzingo, la Tula de los toltecas, la región de Texcoco, para rescatar las imágenes y las palabras de los tiempos pasados. En los doce libros de la Historia general de las cosas de la Nueva España, Sahagún y sus jóvenes ayudantes han salvado y reunido las voces antiguas, las fiestas de los indios, sus ritos, sus dioses, su modo de contar el paso de los años y de los astros, sus mitos, sus poemas, su medicina, sus relatos de épocas remotas y de la reciente invasión europea... La historia canta en esta primera gran obra de la antropología americana. 

Hace seis años, el rey Felipe II mandó arrancar esos manuscritos de manos de Sahagún, y todos los códices indígenas por él copiados y traducidos, sin que dellos quede original ni traslado alguno. ¿Dónde habrán ido a parar esos libros sospechosos de perpetuar y divulgar idolatrías? Nadie sabe. El Consejo de Indias no ha respondido a ninguna de las súplicas del desesperado autor y recopilador. ¿Qué ha hecho el rey con estos cuarenta años de la vida de Sahagún y varios siglos de la vida de México? Dicen en Madrid que se han usado sus páginas para envolver especias.

El viejo Sahagún no se da por vencido. A los ochenta años largos, aprieta contra el pecho unos pocos papeles salvados del desastre, y dicta a sus alumnos, en Tlatelolco, las primeras líneas de una obra nueva, que se llamará Arte adivinatoria. Luego, se pondrá a trabajar en un calendario mexicano completo. Cuando acabe el calendario, comenzará el diccionario náhuatl-castellano-latín. Y no bien termine el diccionario...

Afuera aúllan los perros, temiendo lluvia.

Fuente: Galeano, E. (1982), Memoria del fuego I. Los nacimientos, Siglo XXI, México, D.F.

14/11/25

Lautréamont

Por Eduardo Galeano

1850

Montevideo

En el puerto de Montevideo ha nacido Isidoro Ducasse. Una doble muralla de fortificaciones separa del campo a la ciudad sitiada. Isidoro crece aturdido por los cañonazos y viendo pasar moribundos que cuelgan de los caballos.

Sus zapatos caminan hacia la mar. Plantado en la arena, cara al viento, él pregunta a la mar adónde se va la música después que sale del violín, y adónde se va el sol cuando llega la noche, y adónde los muertos. Isidoro pregunta a la mar adónde se fue la madre, aquella mujer que él no puede recordar, ni debe nombrar, ni sabe imaginar. Alguien le ha dicho que los demás muertos la echaron del cementerio. Nada contesta la mar, que tanto conversa; y el niño huye barranca arriba y llorando abraza con todas sus fuerzas un árbol enorme, para que no se caiga.

1870

París

Era de hablar atropellado y se cansaba por nada. Pasaba las noches ante el piano, haciendo acordes y palabras, y al amanecer daban lástima sus ojos de fiebre.

Isidoro Ducasse, el imaginario conde de Lautréamont, ha muerto. El niño nacido y crecido en la guerra de Montevideo, el niño aquel que hacía preguntas al río-mar, ha muerto en un hotel de París. El editor no se había atrevido a enviar sus Cantos a las librerías.

Lautréamont había escrito himnos al piojo y al pederasta. Había cantado al farol rojo de los prostíbulos y a los insectos que prefieren la sangre al vino. Había increpado al dios borracho que nos creó y había proclamado que más vale nacer del vientre de una hembra de tiburón. Se había precipitado al abismo, piltrafa humana capaz de belleza y locura, y a lo largo de su caída había descubierto imágenes feroces y palabras asombrosas. Cada página que escribió grita cuando la rasgan.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

7/11/25

Ventana sobre el miedo

Por Eduardo Galeano

El hambre desayuna miedo. El miedo al silencio aturde las calles. El miedo amenaza:

Si usted ama, tendrá sida.

Si fuma, tendrá cáncer.

Si respira, tendrá contaminación.

Si bebe, tendrá accidentes.

Si come, tendrá colesterol.

Si habla, tendrá desempleo.

Si camina, tendrá violencia.

Si piensa, tendrá angustia.

Si duda, tendrá locura.

Si siente, tendrá soledad.

Fuente: Galeano, E. (1993), Las palabras andantes, Siglo Veintiuno, México, D.F.

31/10/25

Motolinía

Por Eduardo Galeano

1536

Ciudad de México

Fray Toribio de Motolinía camina, descalzo, cerro arriba. Va cargando una pesada bolsa a la espalda.

Motolinía llaman, en letanía del lugar, al que es pobre o afligido, y él viste todavía el hábito remendado y haraposo que le dio nombre hace años, cuando llegó caminando, descalzo como ahora, desde el puerto de Veracruz.

Se detiene en lo alto de la ladera. A sus pies, se extiende la inmensa laguna y en ella resplandece la ciudad de México. Motolinía se pasa la mano por la frente, respira hondo y clava en tierra, una tras otra, diez cruces toscas, ramas atadas con cordel, y mientras las clava las va ofreciendo:

–Esta cruz, Dios mío, por las pestes que aquí no se conocían y con tanta saña se ceban en los naturales.

–Ésta por la guerra y ésta por el hambre, que tantos indios han matado como gotas hay en la mar y granos en la arena.

–Ésta por los recaudadores de tributos, zánganos que comen la miel de los indios; y ésta por los tributos, que para cumplir con ellos han de vender los indios sus hijos y sus tierras.

–Ésta por las minas de oro, que tanto hieden a muerto que a una legua no se puede pasar.

–Ésta por la gran ciudad de México, alzada sobre las ruinas de Tenochtitlán, y por los que a cuestas trajeron vigas y piedras para construirla, cantando y gritando noche y día, hasta morir extenuados o aplastados por los derrumbamientos.

–Ésta por los esclavos que desde todas las comarcas han sido arrastrados hacia esta ciudad, como manadas de bestias, marcados en el rostro; y ésta por los que caen en los caminos llevando las grandes cargas de mantenimientos a las minas.

–Y ésta, Señor, por los continuos conflictos y escaramuzas de nosotros los españoles, que siempre terminan en suplicio y matanza de indios.

Hincado ante las cruces, Motolinía ruega:

–Perdónalos, Dios. Te suplico que los perdones. De sobra sé que continúan adorando a sus ídolos sanguinarios, y que si antes tenían cien dioses, contigo tienen ciento uno. Ellos no saben distinguir la hostia de un grano de maíz. Pero si merecen el castigo de tu dura mano, también merecen la piedad de tu generoso corazón.

Después Motolinía se persigna, se sacude el hábito y emprende, cuesta abajo, el regreso.

Poco antes del avemaría, llega al convento. A solas en su celda, se tiende en la estera y lentamente come una tortilla.

Fuente: Galeano, E. (1982), Memoria del fuego I. Los nacimientos, Siglo XXI, México, D.F.

24/10/25

Miranda sueña con Catalina de Rusia

Por Eduardo Galeano

A veces, muy en la noche, Miranda vuelve a San Petersburgo y resucita a Catalina la Grande en sus aposentos íntimos del Palacio de Invierno. La infinita cola del manto de la emperatriz, que miles de pajes sostienen en vilo, es un túnel de seda recamada por donde corre Miranda hasta hundirse en un mar de encajes. Buscando el cuerpo que arde y espera, Miranda hace saltar broches de oro y guirnaldas de perlas y se abre paso entre las telas crujientes, pero más allá de la amplia falda abullonada le arañan los alambres del miriñaque. Consigue atravesar esta armadura y llega a la primera enagua y la desgarra de un tirón. Debajo encuentra otra, y luego otra y otra, muchas enaguas de raso nacarado, capas de cebolla que sus manos van arrancando cada vez con menos brío, y cuando a duras penas rompe la última enagua aparece el corsé, invulnerable bastión defendido por un ejército de cinchas y ganchitos y lacitos y botoncitos, mientras la augusta señora, carne jamás cansada, gime y suplica.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

17/10/25

La maldición blanca

Por Eduardo Galeano

Los esclavos negros de Haití propinaron tremenda paliza al ejército de Napoleón Bonaparte; y en 1804 la bandera de los libres se alzó sobre las ruinas.

Pero Haití fue, desde el pique, un país arrasado. En los altares de las plantaciones francesas de azúcar se habían inmolado tierras y brazos, y las calamidades de la guerra habían exterminado a la tercera parte de la población.

El nacimiento de la independencia y la muerte de la esclavitud, hazañas negras, fueron humillaciones imperdonables para los blancos dueños del mundo.

Dieciocho generales de Napoleón habían sido enterrados en la isla rebelde. La nueva nación, parida en sangre, nació condenada al bloqueo y a la soledad: nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía. Por haber sido infiel al amo colonial, Haití fue obligada a pagar a Francia una indemnización gigantesca. Esa expiación del pecado de la dignidad, que estuvo pagando durante cerca de un siglo y medio, fue el precio que Francia le impuso para su reconocimiento diplomático.

Nadie más la reconoció. Tampoco la Gran Colombia de Simón Bolívar, aunque él le debía todo. Barcos, armas y soldados le había dado Haití, con la sola condición de que liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Después, cuando Bolívar triunfó en su guerra de independencia, se negó a invitar a Haití al congreso de las nuevas naciones americanas.

Haití siguió siendo la leprosa de las Américas.

Thomas Jefferson había advertido, desde el principio, que había que confinar la peste en esa isla, porque de allí provenía el mal ejemplo.

La peste, el mal ejemplo: desobediencia, caos, violencia. En Carolina del Sur, la ley permitía encarcelar a cualquier marinero negro, mientras su barco estuviera en puerto, por el riesgo de que pudiera contagiar la fiebre antiesclavista que amenazaba a todas las Américas. En Brasil, esa fiebre se llamaba haitianismo.

Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.

10/10/25

La cintura del mundo

Por Eduardo Galeano

En el año 234 antes de Cristo, un sabio llamado Eratóstenes clavó una vara, al mediodía, en la ciudad de Alejandría, y le midió la sombra.

Un año después, exactamente a la misma hora del mismo día, clavó la misma vara en la ciudad de Asuán, y comprobó que no hacía ninguna sombra.

Eratóstenes dedujo que la diferencia entre una sombra y ninguna sombra confirmaba que el mundo era una esfera y no un plato. Entonces hizo medir la distancia entre las dos ciudades, a paso de hombre, y a partir de esa información intentó calcular cuánto medía la cintura del mundo.

Se equivocó en noventa kilómetros.

Fuente: Galeano, E. (2012), Los hijos de los días, Siglo Veintiuno, Buenos Aires. 

3/10/25

Canek

Por Eduardo Galeano

1761

Cisteil

Los indios mayas proclaman la independencia de Yucatán y anuncian la próxima independencia de América.

Puras penas nos ha traído el poder de España. No más que puras penas.

Jacinto Uc, el que acariciando hojas de árboles hace sonar trompetas, se hace rey. Canek, serpiente negra, es su nombre elegido. El rey de Yucatán se ata al cuello el manto de Nuestra Señora de la Concepción y arenga a los demás indios. Han rodado por el suelo los granos de maíz, han cantado guerra. Los profetas, los hombres de pecho caliente, los iluminados por los dioses, habían dicho que despertará quien muera peleando. Dice Canek que no es rey por amor al poder, que el poder quiere más y más poder y se derrama el agua cuando se llena la jícara. Dice que es rey contra el poder de los poderosos y anuncia el fin de la servidumbre y de los postes de flagelación y de los indios en fila besando la mano del amo. No podrán atarnos: les faltará cordel.

En el pueblo de Cisteil y en otros pueblos se propagan los ecos, palabras que se hacen alaridos; y frailes y capitanes ruedan en sangre.

1761

Mérida

Después de mucha muerte, lo han apresado. San José ha sido el patrono de la victoria colonial.

Acusan a Canek de haber azotado a Cristo y de haber llenado de pasto la boca de Cristo.

Lo condenan. Van a romperlo vivo, a golpes de hierro, en la Plaza Mayor de Mérida.

Entra Canek en la plaza, a lomo de mula, casi escondida la cara bajo una enorme corona de papel. En la corona se lee su infamia: Levantado contra Dios y contra el Rey.

Lo descuartizan poco a poco, sin regalarle el alivio de la muerte, peor que a bestia en el matadero; y van arrojando sus pedazos a la hoguera. Una larga ovación acompaña la ceremonia. Por debajo de la ovación, se murmura que los siervos echarán vidrio molido en el pan de los amos.

1761

Cisteil

Los verdugos arrojan al aire las cenizas de Canek, para que no vaya a resucitar el día del Juicio Final. Ocho de sus jefes mueren en el garrote vil y a doscientos indios les cortan una oreja. Y para culminación del castigo, doliendo en lo más sagrado, los soldados queman las sementeras de maíz de las comunidades rebeldes.

El maíz está vivo. Sufre si lo queman, se ofende si lo pisan. Quizás el maíz sueña a los indios, como los indios lo sueñan. Él organiza el espacio y el tiempo y la historia de la gente hecha de carne de maíz.

Cuando Canek nació, le cortaron el ombligo sobre una mazorca. En nombre del recién nacido, sembraron los granos manchados de su sangre. De esa milpa se alimentó, y bebió agua serenada, que contiene luz de lucero; y fue creciendo.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

26/9/25

En las cumbres del mundo

Por Eduardo Galeano

1802

Volcán Chimborazo

Trepan sobre nubes, entre abismos de nieve, abrazados al áspero cuerpo del Chimborazo, desgarrándose las manos contra la roca desnuda.

Han dejado las mulas a mitad de camino. Humboldt carga a la espalda una bolsa llena de piedras que hablan del origen de la cordillera de los Andes, nacida de un descomunal vómito desde el vientre incandescente de la tierra. A cinco mil metros, Bonpland ha capturado una mariposa y más arriba una mosca increíble y han seguido subiendo, a pesar de la helazón y el vértigo y los resbalones y la sangre que les brota de los ojos y las encías y los labios partidos. Los envuelve la niebla y continúan, a ciegas, volcán arriba, hasta que un hachazo de luz rompe la niebla y deja desnuda la cumbre, alta torre blanca, ante los atónitos viajeros. ¿Será, no será? Jamás hombre alguno ha subido tan cerca del cielo y se dice que en los techos del mundo aparecen caballos volando hacia las nubes y estrellas de colores en pleno mediodía. ¿Será pura alucinación esta catedral de nieve alzada entre el cielo del norte y el cielo del sur? ¿No los engañan los ojos lastimados?

Humboldt siente una plenitud de luz más intensa que cualquier delirio: estamos hechos de luz, siente Humboldt, de luz nosotros y de luz la tierra y el tiempo, y siente unas tremendas ganas de contárselo ya mismo al hermano Goethe, allá en su casa de Weimar.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

19/9/25

45 años

Por Amnistía Internacional

En junio [de 2024], el Programa de la ONU para el Medio Ambiente señaló que los escombros procedentes de la destrucción masiva de infraestructuras, las municiones de fósforo blanco y los residuos industriales y médicos estaban liberando niveles extremadamente altos de sustancias peligrosas en Gaza. Según sus cálculos, aunque los bombardeos [israelíes] cesaran inmediatamente, se tardarían 45 años en limpiar y reciclar escombros y residuos.

Fuente: Amnistía Internacional (2025), La situación de los derechos humanos en el mundo, EDAI, Madrid.

12/9/25

Lesperimento

Por Ernesto Sabato

–A mí me gusta hacé esperimento. ¿Sabé lo qu'hice un día?

Una sonrisa anunciaba que aquel experimento había sido decisivo.

–¿Sabé lo qu'hice? Me fui al zoológico a eso de loración.

–¿Cómo, a loración?

–Ma sí, sonso, a la tardecita. Cuando ya han cerrao el zoológico. ¿Viste la verja que da por la avenida Sarmiento?

–Sí.

–Bueno, era la tardecita, lo pibe ya se habían ido a tomá la leche, lo portero había cerrado la puerta. No había propiamente nadie. Hay que vé lo que entonce é el zoológico. Hacé la prueba.

–¿Qué prueba?

–El zoológico cuando no hay nadie.

–¿Y cómo es, Carlucho?

Carlucho bajó la cabeza y empezó a hacer unos dibujitos con una paja de escoba en la tierra de la vereda.

–É tristísimo murmuró.

–Y bueno, porque no están los pibes, porque no les dan caramelos o galletitas, todo eso.

Carlucho levantó su cara irritada.

–Cuándo aprenderá vo. ¿No te da cuenta, pavote? Cuando están lo chico, lo animale se distraen, claro, cómo no. Bueno fuera. Que un caramelo, que lo manise, que lo bizcochito. Claro que se distraen. A quién má, a quién meno, a todo lo animale le gustan lo chico. No me aparto. ¿Pero entendé? ¡Se DISTRAEN!

Nacho no comprendía. Carlucho lo examinaba como un profesor a un alumno incapaz.

–Supongamo (é un suponé) que a vo se te muere tu padre, pongo por caso, y viene un amigo y te habla de si el partido de River, de si el paro de la CGT, de cosita. Te distraé. No te digo que no lo tengan que hacé, si te quieren. Está bien, é natural, é una buena cosa.

Nacho lo miraba.

–Vo no me entendé. Te lostoy viendo a la cara.

Se concentró. La vena del cuello comenzó a hincharse.

–Lo que quiero decí é que no tiene que habé amigo que te hablen de River. Si no que no se te muera el padre. ¿Entendé lo que te quiero decí?

Observó al chico, para ver si la idea le entraba en la cabeza.

–¿Te da cuenta? No é que yo moponga a que lo chico vayan al zoológico y den manise a lo elefante o bizcochito a lo mono. Lo que te digo é que no tiene que habé zoológico. Por eso hice lesperimento.

–¿Qué experimento?

–Mirá lo animale, a la tardecita, cuando empieza a caé la noche, cuando están solo, lo que se dice solo, sin pibe, sin caramelo, sin nada, lo que se dice nada de nada.

Volvió a hacer dibujitos con la ramita en el suelo y al cabo de un largo silencio levantó su cara y al chico le pareció que sus ojos estaban velados.

–¿Y qué viste, Carlucho? –preguntó, sin saber si debía hacerlo o no.

–¿Qué vi?

Se levantó, arregló unas cajas y después respondió:

–¿Y qué te parece que podía vé? Nada. Lo animale solitario. Eso é lo que vi.

Se sentó y agregó como para sí:

–Había uno animale grandote, una especie de no sé qué. Había que verlo. Está encorvado, mirando el suelo, nada má que mirando el suelo, todo el tiempo. Cada ve má oscuro, y el bicho solito. Tan grandote. Ni se movía pa espantá una mosca. Estaba pensando. ¿Vo creé que lo animale porque no hablan no piensan? Son como lo cristiano: cuidan la cría, acarician lo hijo, lloran cuando matan a la compañera. Así que vaya a sabé lo que pensaba aquel bicho. Y te voy a decí que cuanto má grande má pena me da. No sé, lo bichito chico a vece no me gustan, pa qué no vamos a engañá. Son molesto, como la pulga. Pero eso animale grandote... Un león, pongo por caso. Un popótamo. ¿Te da cuenta lo triste que debe sé no está nunca má a la selva, lo que se dice nunca má? ¿A lo grande río, a lo lago?

Se calló.

–¿Y sabé lo que pasó despué?

–Qué.

–Le hablé.

–¿A quién?

–A quién iba a sé, sonso: al animal ese, bisonte, qué sé yo.

–¿Le hablaste?

–¿Y por qué no? Pero no se movió nada. Claro, capá que no me oía. Maginate, yo no podía ponerme a gritá desde la verja. A vé si me tomaban por loco.

–¿Y qué le decías?

–Y, qué sé yo... Cosa... macanita... Bicho, le decía. Bicho. Y nada.

–¿Y qué podía responder?

–No, natural. Pero al meno que me mirara. Pero nada.

–A lo mejor no te oía.

–Claro, claro. Yo tenía de hablá en vo baja.

Se quedaron en silencio. Después hablaron de otras cosas, pero al final Carlucho volvió a lo mismo:

–¿Sabé una cosa?

–Qué.

–Yo podería ser médico. Pero no veterinario.

–¿Por qué?

–Por ese asunto. Capá que hablan entre ello, seguro que entre ello se entienden como nosotro. Si vo so médico y un tipo te dice me duele esto o esto de má allá, está bien. Podé rumbiá. ¿Pero cómo hacé pa rumbiá con un popótamo? ¿O con un león? Maginate ese rey de la selva tirado, sin fuerza pa mové la cabeza, que te mira con ojos triste, pidiendo ayuda, confía en vo. A lo mejó, pudriéndose de cáncer y vo sin sabé lo que le pasa.

Lentamente, la tarde de otoño se iba convirtiendo en noche, primero en los lugares más ocultos, en el interior de las casillas de los animales, para ir creciendo luego hacia lo alto, poco a poco, mientras Nacho se empeñaba en seguir viendo a través de la reja, adivinando un elefante, y más allá quizá al mismo bisonte que aquel día Carlucho había contemplado en su experimento, al mismo a quien había dirigido aquella pequeña palabra sin respuesta.

Fuente: Sabato, E. (1974), Abaddón el exterminador, Seix Barral, Barcelona.

5/9/25

Jorge Eliécer Gaitán

Por Eduardo Galeano

1948

Bogotá

El país político, dice Jorge Eliécer Gaitán, nada tiene que ver con el país nacional. Gaitán es jefe del Partido Liberal, pero es también su oveja negra. Lo adoran los pobres de todas las banderas. ¿Qué diferencia hay entre el hambre liberal y el hambre conservadora? ¡El paludismo no es conservador ni liberal!

La voz de Gaitán desata al pueblo que por su boca grita. Este hombre pone al miedo de espaldas. De todas partes acuden a escucharlo, a escucharse, los andrajosos, echando remo a través de la selva y metiendo espuela a los caballos por los caminos. Dicen que cuando Gaitán habla se rompe la niebla en Bogotá; y que hasta en el alto cielo san Pedro para la oreja y no permite que caiga la lluvia sobre las gigantescas concentraciones reunidas a la luz de las antorchas.

El altivo caudillo, enjuto rostro de estatua, denuncia sin pelos en la lengua a la oligarquía y al ventrílocuo imperialista que la tiene sentada en sus rodillas, oligarquía sin vida propia ni palabra propia, y anuncia la reforma agraria y otras verdades que pondrán fin a tan larga mentira.

Si no lo matan, Gaitán será presidente de Colombia. Comprarlo, no se puede. ¿A qué tentación podría sucumbir este hombre que desprecia el placer, que duerme solo, come poco y bebe nada y que no acepta anestesia ni para sacarse una muela?

Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.

29/8/25

El Centenario y el amor

Por Eduardo Galeano

1910

Ciudad de México

Por cumplirse cien años de la independencia de México, todos los burdeles de la capital lucen el retrato del presidente Porfirio Díaz.

En la ciudad de México, dos de cada diez mujeres jóvenes ejercen la prostitución. Paz y Orden, Orden y Progreso: la ley regula este oficio tan numeroso. La ley de burdeles, promulgada por don Porfirio, prohíbe practicar el comercio carnal sin el debido disimulo o en las cercanías de escuelas e iglesias. También prohíbe la mezcla de clases sociales –en los burdeles sólo habrá mujeres de la clase a la que pertenezcan los clientes–, a la par que impone controles sanitarios y gravámenes y obliga a las matronas a impedir que sus pupilas salgan a la calle reunidas en grupos que llamen la atención. No siendo en grupos, pueden salir: condenadas a malvivir entre la cama, el hospital y la cárcel, las putas tienen al menos el derecho a uno que otro paseíto por la ciudad. En este sentido, son más afortunadas que los indios. Por orden del presidente, indio mixteco casi puro, los indios no pueden caminar por las avenidas principales ni sentarse en las plazas públicas.

Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.

22/8/25

La dignidad del arte

Por Eduardo Galeano

Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué.

Cuando me viene el desánimo, me hace bien recordar una lección de dignidad del arte que recibí hace años, en un teatro de Asís, en Italia. Habíamos ido con Helena a ver un espectáculo de pantomima, y no había nadie. Ella y yo éramos los únicos espectadores. Cuando se apagó la luz, se nos sumaron el acomodador y la boletera. Y, sin embargo, los actores, más numerosos que el público, trabajaron aquella noche como si estuvieran viviendo la gloria de un estreno a sala repleta. Hicieron su tarea entregándose enteros, con todo, con alma y vida; y fue una maravilla.

Nuestros aplausos retumbaron en la soledad de la sala. Nosotros aplaudimos hasta despellejarnos las manos.

Fuente: Galeano, E. (1989), El libro de los abrazos, Siglo XXI, Madrid.

15/8/25

El cuerpo es un pecado

Por Eduardo Galeano

En 1854, al cabo de seis años de matrimonio, se divorció el escritor inglés John Ruskin.

Su mujer alegó que él no había cumplido nunca con su deber conyugal, y él se justificó asegurando que ella padecía una anomalía monstruosa.

Ruskin era el crítico de arte más respetado en la Inglaterra victoriana.

Él había visto una incontable cantidad de mujeres desnudas, pintadas, dibujadas o esculpidas, pero no había visto ninguna con vello púbico, ni en la tela, ni en el mármol, ni mucho menos en la cama.

Cuando lo descubrió, en su noche de bodas, la revelación del pelo entre las piernas le arruinó el matrimonio. Esa anomalía monstruosa era una indecencia de la naturaleza, indigna de una dama bien educada y quizás típica de las negras salvajes, que en las selvas se exhiben desnudas, como si todo el cuerpo fuera cara.

Fuente: Galeano, E. (2016), El cazador de historias, Siglo XXI, Ciudad de México.

8/8/25

El precio del arte

Por Eduardo Galeano

Europa había tenido la gentileza de civilizar el África negra. Le había roto el mapa y se había tragado sus pedazos; le había robado el oro, el marfil y los diamantes; le había arrancado a sus hijos más fuertes y los había vendido en los mercados de esclavos.

Para completar la educación de los negros, Europa les obsequió numerosas invasiones militares de castigo y escarmiento.

A fines del siglo diecinueve, los soldados británicos llevaron a cabo, en el reino de Benín, una de esas operaciones pedagógicas. Después de la carnicería, y antes del incendio, se llevaron el botín. Era la mayor colección de arte africano jamás reunida: una enorme cantidad de máscaras, esculturas y tallas arrancadas de los santuarios que les daban vida y amparo.

Esas obras venían de mil años de historia. Su perturbadora belleza despertó, en Londres, alguna curiosidad y ninguna admiración. Los frutos del zoológico africano sólo interesaban a los coleccionistas excéntricos y a los museos dedicados a las costumbres primitivas. Pero cuando la reina Victoria mandó el botín a remate, el dinero alcanzó para pagar todos los gastos de su expedición militar.

El arte de Benín financió, así, la devastación del reino donde ese arte había nacido y sido.

Fuente: Galeano, E. (2004), Bocas del tiempo, Siglo XXI, México, D.F.

1/8/25

La Triple Infamia

Por Eduardo Galeano

1865

Buenos Aires

Mientras en Norteamérica la historia gana una guerra, en América del sur se desencadena otra guerra que la historia perderá. Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo, los tres puertos que hace medio siglo aniquilaron a José Artigas, se disponen a arrasar el Paraguay.

Bajo las sucesivas dictaduras de Gaspar Rodríguez de Francia, Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano, caudillos de muy absoluto poder, el Paraguay se ha convertido en ejemplo peligroso. Corren los vecinos grave riesgo de contagio: en el Paraguay no mandan los terratenientes, ni los mercaderes especulan, ni asfixian los usureros. Bloqueado desde afuera, el país ha crecido hacia adentro, y sigue creciendo, sin obedecer al mercado mundial ni al capital extranjero. Mientras los demás patalean, ahorcados por sus deudas, el Paraguay no debe un centavo a nadie y camina con sus propias piernas.

El embajador británico en Buenos Aires, Edward Thornton, es el supremo sacerdote de la feroz ceremonia de exorcismo. Argentina, Brasil y Uruguay conjurarán al demonio clavando bayonetas en el pecho de los soberbios.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.