Por Roberto Bolaño
De
detrás de una arboleda volaron algunos pájaros. Parecían chillar el nombre de
esa aldea perdida, Querquén, pero también parecían decir quién, quién, quién.
Premuroso, recé una oración y me encaminé hacia un banco de madera, para componer
una figura más acorde con lo que yo era o con lo que yo en aquel tiempo creía
ser. Virgen María, no desampares a tu siervo, murmuré, mientras los pájaros
negros de unos veinticinco centímetros de alzada decían quién, quién, quién,
Virgen de Lourdes, no desampares a tu pobre clérigo, murmuré, mientras otros
pájaros, marrones o más bien amarronados, con el pecho blanco, de unos diez
centímetros de alzada, chillaban más bajito quién, quién, quién, Virgen
de los Dolores, Virgen de la Lucidez, Virgen de la Poesía, no dejes a la
intemperie a tu servidor, murmuré, mientras unos pájaros minúsculos, de colores
magenta y negro y fucsia y amarillo y azul ululaban quién, quién, quién,
al tiempo que un viento frío se levantaba de improviso helándome hasta los
huesos.
Fuente:
Bolaño, R. (2000), Nocturno de Chile, Anagrama, Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario