17/7/18

Lanarquismo

Por Ernesto Sabato
Vino un cliente y compró cigarrillos. Al cabo de un largo tiempo, Carlucho comentó sibilinamente:
–¡La gran puta! Si habría lanarquismo...
Nacho lo consideró con extrañeza.
–¿Lanarquismo?
–Sí, Nacho. Lanarquismo.
–¿Y qué es eso?
Carlucho se sentó en sillita enana y sonrió con ojos meditativos y nostálgicos. Era evidente que pensaba en algo muy lejano pero lindo.
–Aquí tendría destar Luvi –dijo.
–¿Luvi?
–Sí, Luvi.
–¿Y quién es Luvi?
En los grandes momentos, cuando Carlucho se disponía a iniciar alguna de aquellas ideas que sentía profundamente, cambiaba la yerba del matecito, se tomaba su tiempo y preparaba lo que iba a decir con largos silencios, así como las estatuas se colocan en las plazas, rodeadas de espacios que las destaquen en toda su belleza.
–Quién era Luvi –comentó con los ojos siempre nostálgicos.
Después de sentarse de nuevo en la sillita enana, la misma que había pertenecido a su padre, explicó:
–Ya te dije que al año 18, justo cuando terminó la guerra, yo pionaba a la estancia Don Jacinto. Junto con Custodio Medina pionaba. Entonce llegó Luvi. ¿Sentiste hablá de lo linyera, vo?
–¿Linyera?
–Sabían vení de muy lejo, con latadito a la espalda. Caminando por la vía el ferrocarril, y despué por lo camino. Venían a la estancia y siempre había comida y un catre pa lo linyera, esa é la verdá.
–¿Pero entonces eran peones, como vos o Medina?
Carlucho hizo un gesto negativo con el dedo.
–No señó, no eran pione. Lo linyera eran linyera, no pione. Lo pione éramo conchabado pa trabajá.
–¿Conchabado?
–Pero sí, sonso. Trabajábamo pa ganá dinero, comprendé.
–¿Y los linyeras no trabajaban?
–Sí que trabajaban, pero no pa ganá dinero. Nadie lo obligaba.
Nacho no entendía. Carlucho lo miró, frunció la frente en un gran esfuerzo y trató de ser más claro.
–Lo linyera eran libre como lo pájaro, ¿entendé? Venían a la estancia, hacían alguno trabajito si querían y despué se iban como habían venido. Lo estoy viendo como hoy, cuando Luvi había guardado toda su cosita y había hecho latado pa irse. Don Busto, el mayordomo, le dijo si se quiere quedá aquí, amigo Luvi, tiene trabajo si quiere. Pero Luvi no don Busto, se lo agradezco pero tengo que seguí viaje.
–¿Tenía que seguir viaje? ¿Adónde?
–¿Cómo adónde? ¿No te acabo de decí que lo linyera eran como lo pájaro? ¿Adónde van lo pájaro? ¿Lo sabé vo?
–No.
–Ai tené lo que te digo, sonso.
Se quedó pensativo, añorando.
–Me parece que lostoy viendo –dijo. Alto y flaco, con su barba casi colorada y lojo azule clarito. Con latado al hombro. No quedamo todo viendo cómo siba entre la casuarina, y despué al camino. Quién sabe adónde.
Carlucho miraba hacia el parque, como si lo estuviera viendo alejarse entre los árboles, hacia el infinito.
–¿Y no lo viste nunca más?
–Nunca má. Vaya a sabé si ha muerto.
–Qué nombre raro, Luvi, ¿no?
–Sí, nombre destranjero. Era alemán o italiano, pero no sé, porque no era italiano como mi padre. Decía que era de una parte rara, que ahora no sé. Luvi. Eso é. Vino, hizo alguno trabajito de mecánico, arregló uno motore, algo en una trilladora. Sabía de todo. Y de noche, al galpón de lo pione esplicaba lanarquismo.
–¿Lanarquismo?
–Sí, leía un librito que tenía y esplicaba.
–¿Y qué es lanarquismo, Carlucho?
–Yo soy un bruto, ya te dije. ¿Qué queré? ¿Qué tesplique como Luvi?
–Bueno, pero decime algo. Era un cuento como ese que me constaste de Carlomano.
–Pero no, sonso. Otra cosa.
Tomó mate y se concentró profundamente.
–Te voy a hacé una pregunta, Nacho. Atendé bien.
–Sí.
–¿Quién hizo la tierra, lo árbole, lo río, la nube, el sol?
–Dios.
–Bueno, está bien. Entonces son pa todo, todo tienen derecho a tené lo árbole y a tomá el sol. Decime, ¿lo pájaro tiene que pedile permiso a alguien pa volá?
–No.
–Puede andá y vení en el aire, y hacé el nido y tené la cría, ¿no é así?
–Claro.
–Y cuando tiene hambre o tiene que alimentá lo pichone va y busca alguna cosita, alguna semilla y se lo lleva. ¿No é así?
–Claro.
–Y bueno, el hombre, esplicaba Luvi, é como el pájaro. Libre de í y vení. Y si tiene gana de volá, vuela. Y si quiere hacé un nido, lo hace. Porque la semillita y la paja pa hacé el nido, y el agua pa bañarse o pa tomá son de Dio y Dio la hizo para todo el mundo. ¿Entendé todo esto? Porque si no entendé no podemo seguí adelante.
–Sí, lo entendí.
–Muy bien. Entonce, ¿por qué uno poco tienen que apoderarse de la tierra y lotro tenemo que trabajá de pione? ¿De dónde sacaron ese campo? ¿Lo fabricaron ello?
Después de pensarlo un poco, Nacho dijo que no.
–Muy bien, Nacho. Quiere decí entonce que lo robaron.
Nacho se sorprendió muchísimo. ¿Cómo, los ladrones no iban a la cárcel? Carlucho sonrió con amargura.
–Esperá, sonso, esperá –comentó–. Testoy diciendo que esa tierra la robaron.
–Pero ¿a quién la robaron, Carlucho?
–Y qué se yo. A lo indio, a la gente antigua. No sé. Ya te dije que soy un bruto, pero Luvi sabía todo eso. Ademá, pensá un momentito. Suponé (é un suponé) que mañana desaparecería todo lo pione de campo. ¿Me queré decí vo qué pasaría?
–Y, no habría gente para trabajar el campo.
–Esato. Y si nadie trabajaría el campo no habería trigo y sin trigo no habería pan y sin pan todo el mundo no podería come. Ni lo patrone. ¿De dónde iban a sacá el pan, si me podé decí? Ahora atendé bien porque vamo a dar otro paso. Suponete también que desaparecería lo zapatero. ¿Qué pasaría?
–No habría más zapatos.
–Esato. Y ahora suponete que desaparecería lo albañile.
–No habría más casas.
–Muy bien, Nacho. Ahora yo te pregunto qué pasaría si mañana desaparecería lo patrone. Lo patrone no siembran el mai ni el trigo, ni hacen lo zapato ni la casa, ni levantan la cosecha. ¿Me podé decí un poco qué é lo que pasaría, si se puede sabé?
Nacho lo miró con asombro. Carlucho lo consideraba con una sonrisa de triunfo.
–Andá, decime lo que pasaría si mañana desaparecería lo patrone.
–Nada –respondió sorprendido Nacho de la enormidad–. No pasaría nada.
–Ni má ni meno. Ahora fijate a una cosa que esplicaba Luvi: lo zapatero pa hacé lo zapato necesitan el cuero, lo albañile necesitan lo ladrillo, lo pione necesitan la tierra y la semilla y lo arao. ¿Cierto?
–Sí.
–Pero ¿quién tiene lo cuero, lo ladrillo, la tierra, lo arao?
–Los patrones.
–Esato. Todo está a mano de la patronal. Por eso lo pobre estamo esclavizao. Porque ello tienen todo y nosotro no tenemo nada, má que lo brazo pa trabajá. Ahora vamos a da otro paso, así que atendeme bien.
–Sí, Carlucho.
–Si nosotro lo pobre no apoderamo de la tierra y de la máquina y del cuero y de lorno de ladrillo, podemo fabricá zapato y levantá construcione, y sembrá y cosechá, porque pa eso tenemo lo brazo. Y no habería pobreza ni esclavitú. Ni enfermedá. Y todo podríamo ir a la escuela.
Nacho lo miraba con asombro.
Carlucho arregló las revistas y los cigarrillos, pero su mente estaba vuelta a su interior. Hacía un gran esfuerzo mental, pero su voz estaba desprovista de rencor: era serena y cariñosa.
–Mirá, Nacho –prosiguió–. Todo é muy simple. Luvi lo esplicaba todo con el librito y poniendo cosita en el suelo. Así y así: que esta piedrita é la fabrica, que este mate é la máquina, que esto porotito somo lo pione. Y te digo que esplicaba cómo no habería má enfermedá, ni tísico, ni miseria, ni esplotación. Todo el mundo tendría de trabajá. Y el que no trabaja no tiene derecho a víví. Bah, testoy hablando de lombre y mujere sano. No te hablo de lo nene ni de lonfermo, ni de lo viejo. Al contrario, decía Luvi, todo lo que trabajan tienen el debé de mantené a linválido, a lo niño y lo viejo. Así que uno hace zapato, el otro hace larina, el otro te hace el pan, el otro va a la cosecha. Y todo lo que hacen se guarda en un galpón. En ese galpón hay de todo: que comida, que ropa, que libro escolare. Todo lo que te podé imaginá. Hasta juguete y golosina pa lo nene, queso é tan necesario como pa nosotro un caballo o un sombrero. Al frente el galpón hay otro que trabaja deso, de cuidadó del galpón. Y entonces yo voy y le digo me da un par de zapato número tal o cual, y el otro pide un kilo e carne y el otro una onza e chocolate, y el otro un saco porque se le rompieron lo codo. A cada uno lo que precisa. Pero nada má que lo que precisa.
–¿Y si un rico quiere más cosas y las compra?
Carlucho lo miró con severa sorpresa.
–¿Un rico, dijiste?
–Sí.
–¿Ma de qué rico mestá hablando, pavote? ¿No tespliqué que no hay má rico?
–¿Pero por qué, Carlucho?
–Porque no hay má dinero.
–¿Pero si lo tenía de antes?
Carlucho se sonrió y le hizo un gesto negativo.
–Si lo tenía se embromó, porque ahora no sirve má. Pa qué queré el dinero, si todo lo que necesitá lo sacá del galpón. El dinero é un pedazo e papel. Y sucio, lleno de microbio. ¿Sabé lo que son lo microbio?
Nacho asintió.
–Y bueno. Sacabó el dinero. Que el que sea sonso, lo guarde, si quiere. Nadie se lo va prohibí. Total, no le servirá pa maldita la cosa.
–¿Y el que quiere sacar del galpón más zapatos?
–¿Cómo, má zapato? No tentiendo. Si necesito un pa de zapato voy al galpón y listo.
–No, te digo si uno quiere tres o cuatro pares.
Carlucho dejó de sorber el mate, admirado.
–¿Tres o cuatro pare, decí?
–Sí, tres o cuatro pares de zapatos.
Carlucho se echó a reír con ganas.
–¿Pero pa qué necesita tre o cuatro pare si no tenemos má que do pie?
Es cierto, a Nacho no se le había ocurrido.
–¿Y si alguien va al galpón y roba?
–¿Roba? ¿Y pa qué? Si necesita algo se lo pide y se lo van a dá. ¿Está loco?
–Entonces no habrá más policía.
Gravemente, Carlucho hizo un gesto negativo con la cabeza.
–No habrá más policía. La policía é lo pior de todo. Te lo digo por esperiencia.
–¿Por experiencia? ¿Qué experiencia?
Carlucho se replegó sobre sí mismo y repitió en voz baja, como si no quisiese referirse a eso, como si lo de antes se le hubiera escapado.
–Esperiencia y yastá –comentó ambiguamente.
–¿Y si alguno no quiere trabajar?
–Que no trabaje si no quiere. Ya veremo cuando tiene hambre.
–¿Y si el gobierno no quiere?
–¿Gobierno? ¿Pa qué necesitamo gobierno? Cuando yo era chico y quedamo en la calle, muerto de hambre, mi viejo salió adelante porque don Pancho Sierra le puso una carnicería. Cuando me fui a pionar, tampoco necesitábamo el gobierno. Cuando me fui al circo, tampoco. Y cuando entré al frigorífico de Berisso, pa lúnico que sirvió el gobierno fue pa mandarno la policía en la huelga y torturarno.
–¿Torturarlos? ¿Y qué es eso, Carlucho?
Carlucho se quedó mirándolo con tristeza.
–Nada, pibe. Te dije eso sin queré. No son cosa e niño. Y ademá yo soy lo que se llama un inorante.
Carlucho se calló y Nacho se dio cuenta de que ya no hablaría más de lanarquismo. Luego vino un cliente, compró cigarrillos y fósforos. Carlucho luego se sentó en la sillita y tomó mate en silencio. Nacho miraba las nubes y pensaba.

Fuente: Sabato, E. (1974), Abaddón el exterminador, Seix Barral, Barcelona.

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