21/7/23

Paz y prosperidad

Por Ian Kershaw

Para la mayoría de observadores, tanto en el interior como en el exterior, el régimen de Hitler parecía estable, fuerte y victorioso tras cuatro años en el poder. La posición del propio Hitler parecía intocable. La imagen de gran estadista y líder nacional de genio fabricada por la propaganda coincidía con los sentimientos y expectativas de una gran parte de la población. La reconstrucción interna del país y los triunfos nacionales en política internacional, todos ellos atribuidos a su «genio», lo convirtieron en el dirigente político más popular de cualquier nación de Europa. Lo que ansiaba la mayoría de los alemanes normales y corrientes, como la mayoría de la gente normal y corriente de todos los lugares y todas las épocas, era paz y prosperidad. Hitler parecía haber construido los cimientos para ellas. Había restituido la autoridad del gobierno y había restablecido el orden público. El hecho de que hubiera destruido las libertades civiles en el proceso sólo preocupaba a unos pocos. Había trabajo de nuevo y una gran prosperidad económica. Aquello era muy diferente al desempleo masivo y la quiebra económica de la democracia de Weimar. Naturalmente, aún quedaba mucho por hacer y seguían existiendo numerosos motivos de queja. El conflicto con las iglesias, que era la causa de un gran resentimiento, no era el menor de ellos. Pero, por lo general, la gente no responsabilizaba a Hitler. La mayoría creía que los aspectos negativos de la vida cotidiana no eran obra del Führer, que los culpables eran sus subordinados, que con frecuencia le ocultaban lo que ocurría.

Fuente: Kershaw, I. (2008), Hitler, Península, Barcelona.

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