13/12/18

Los judíos son la sal de la Tierra

Por Jesús Mosterín
El nacionalismo y la dispersión cosmopolita constituyen los dos modelos paradigmáticos y extremos de posible organización de los grupos étnicos a escala planetaria. Ambos han sido inventados y ensayados por los judíos. Considerado como una teoría del orden político mundial, el nacionalismo postula el establecimiento de una correspondencia biunívoca entre etnias y territorios. Cada etnia o nación debe tener un territorio bien delimitado sobre el que edificar su propio Estado nacional. Y cada territorio del planeta debe estar asignado a una etnia determinada, como solar de su cultura y escenario de su destino.
Imagen tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Jes%C3%BAs_Moster%C3%ADn#/media/File:Jes%C3%BAs_Moster%C3%ADn_(October_2008).jpg
Los judíos fueron los inventores del nacionalismo avant la lettre. ... Superaron el trauma del exilio en Babilonia, interpretándolo como castigo de Yahvé (elevado de su rango previo de dios local al de dios universal), y concibiéndose a sí mismos como pueblo elegido por Yahvé: «Seréis entre todos los pueblos mi propiedad particular; porque mía es toda la tierra, mas vosotros constituiréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa».
El pueblo de Israel había concluido un pacto con Yahvé: ellos le obedecerían incondicionalmente, se cortarían el prepucio y no aceptarían ningún otro dios. Yahvé, a cambio, no prometió a los judíos el cielo ni la inmortalidad, sino sólo la tierra, la tierra prometida, el país de Canaán (una tierra pedregosa, sin agua y sin petróleo; de haberlos querido bien, les habría prometido Francia o Iraq, o al menos Uganda, pero no la polvorienta Palestina). Con ello quedaba claro qué había que hacer y dónde había que hacerlo. Acabado el exilio, el líder judío Ezrá estableció en Jerusalén una teocracia nacionalista y siguió una política de homogenización cultural forzosa. Prohibió (dos milenios y medios antes de Hitler) los matrimonios mixtos entre judíos y no judíos, y trató por todos los medios de aislar a los judíos de los demás pueblos. El nacionalismo trata de convertir cada país en un gueto. El primer gueto judío lo crearon Ezrá y Nehemías en Palestina. El último gueto judío lo ha creado el Estado de Israel, con muralla incluida.
En la época helenística las querellas entre judíos nacionalistas y cosmopolitas acabaron provocando la intervención de la monarquía seléucida y la rebelión de Matatías y su hijo Judas Macabeo. Al frente de una guerrilla integrista, los macabeos derrotaron a los judíos helenizantes y a las tropas seléucidas, lo que finalmente condujo a la independencia de Israel bajo el reino de los Hasmoneos, que impusieron los valores y las prácticas de la ortodoxia judaica no sólo a los propios judíos, sino también a los idumeos y galileos, obligados a adoptar su religión.
El Imperio Romano, respetuoso de las creencias y costumbres de todas las etnias, había establecido la paz, la comunicación y el orden en todo el Mediterráneo, pero, … los zelotes o fanáticos judíos, que se negaban a permitir otros cultos que el de Yahvé en la tierra de Canaán y atizaban la violencia intercomunal, se rebelaron contra Roma en un sangriento y absurdo levantamiento, que acabó en el 70, cuando Tito entró en Jerusalén y arrasó el segundo templo, que ya nunca más sería reconstruido. El fanatismo nacionalista no decayó, avivado por las visiones apocalípticas de los espíritus calenturientos, que anunciaban la inminente llegada del mesías. En 130 el emperador Adriano prohibió la castración, la mutilación y la circuncisión, como prácticas bárbaras, lo cual provocó poco después la nueva y suicida rebelión del presunto mesías Bar Kojbá, aplastada decisivamente por Roma, que incluso borró del mapa el nombre de Judea, llamada ahora Syria Palestina, y convirtió a Jerusalén en una colonia romana vedada a los judíos.
A través de la historia se observa una indudable ambigüedad de los judíos respecto a la tierra prometida. Ningún otro pueblo ha mantenido un apego tan profundo, emocional y continuo durante tanto tiempo hacia un territorio determinado como los judíos hacia el país de Canaán. Pero ningún otro pueblo ha manifestado una tendencia tan persistente a emigrar y establecer comunidades lejos de su patria. Ya en la época helenística y romana sólo una minoría de judíos vivía en Israel. Las comunidades judías se extendían por todo el Mediterráneo y el Oriente Medio, siendo la más populosa, rica y culta la de Alejandría. Durante la Edad Media los judíos vivían dispersos por todo el mundo cristiano e islámico, alcanzando en España su máximo esplendor. En los períodos de paz y tolerancia, las comunidades judías florecían. Pero repetidas olas de antisemitismo, atizadas por el fanatismo cristiano, la envidia y el odio irracional, provocaron incontables matanzas, extorsiones y expulsiones.
A principios de la Edad Moderna los judíos fueron expulsados de España y encerrados en guetos en Italia, además de seguir sometidos a todo tipo de discriminaciones y humillaciones. La Ilustración cuestionó este estado de cosas, y a partir de Napoleón se inició en todas partes la emancipación de los judíos. De ser una diáspora oprimida y encerrada en guetos, los judíos pasaron a constituir una diáspora floreciente, el fermento intelectual y la levadura económica de los países más avanzados. Además, su dispersión cosmopolita y las relaciones de confianza y parentesco que mantenían con los judíos de otros países les conferían una indudable ventaja a la hora de desarrollar el comercio internacional. Estaban mejor preparados que nadie para aprovechar la globalización económica y cultural que acabaría llegando con el progreso de las comunicaciones.
La pugna secular entre judaísmo universalista y ortodoxia nacionalista parecía decantarse a favor del primero en el siglo XIX y principios del XX. En condiciones de libertad y tolerancia, la diáspora era la situación ideal, y nadie echaba en falta la árida y pedregosa tierra prometida. La diáspora cosmopolita es la situación natural de cualquier grupo étnico en un mundo libre y bien comunicado. Los chinos de la diáspora viven mucho mejor que los que se han quedado en China. Y su caso, como el de los judíos, muestra que la diáspora es compatible con la preservación de una cultura nacional sobre bases no territoriales. La vitalidad de los Estados Unidos tiene mucho que ver con su condición de país de diásporas diversas.
Sólo el aislamiento impuesto por una pared adiabática impide que el calor se difunda. Sólo los compartimentos estancos impiden que los diversos líquidos se entremezclen. Y sólo el aislamiento, la distancia, las murallas materiales, las barreras convencionales, las fronteras cerradas, las aduanas y las policías impiden que todas las etnias se desparramen por todos los países, como el aceite una vez salido de la botella. Algo parecido al segundo principio de la termodinámica apunta hacia una mayor mezcla y pluralismo por todo el planeta, siempre que aumente la facilidad de comunicación y transporte. A la larga, en la aldea global las fronteras no pueden por menos de desaparecer. Los humanes son animales, no plantas; tienen patas, no raíces. Si no se les ata, se dispersan, siguiendo los caminos de la oportunidad, el interés y la curiosidad. El futuro es de las diásporas. Y de ese futuro los judíos han sido los adelantados. De ese ensayo general todos podemos aprender.
La diáspora acabó trágicamente en varios lugares. Los pogromos de Rusia y Europa Oriental, junto con la ola romántica nacionalista, hicieron surgir el sionismo. La Shoá, el holocausto de los judíos centroeuropeos a manos de los nazis, les dio el impulso definitivo. Por desgracia para todos, las circunstancias históricas impidieron a los judíos tomar el atajo histórico de pasar de ser una diáspora perseguida a ser una diáspora libre y próspera, vanguardia, levadura y anuncio de un mundo por venir. Tuvieron que pasar por el aro de ser un pueblo vulgar, como los demás, con su Estado nacional y todo. Y por ello tuvieron que pagar un precio.
Para los judíos que vivían en peligro o postración en los países de la diáspora oprimida, el Estado de Israel ha sido una tabla de salvación, como mostró, por ejemplo, el caso de los felachas de Etiopía. Pero para los que vivían en la diáspora próspera y liberal (en América, Francia, Inglaterra, etc.) la emigración a Israel ha representado un sacrificio personal y una gran renuncia. Los israelitas tienen una vida dura. Trabajan mucho, ganan relativamente poco, pagan enormes impuestos (el 50% de impuesto sobre la renta, de promedio), han de hacer un servicio militar obligatorio muy largo (tres años los hombres; dos las mujeres), viven peligrosamente e incluso tienen mala conciencia respecto a los palestinos. En los kibbutzim (la única implementación exitosa del comunismo que ha habido en el mundo) labran un suelo ingrato con una austeridad y entrega más admirables que envidiables. En general, es muchísimo más cómodo ser judío en Boston que en Tel Aviv.
Con la creación del Estado de Israel se han cumplido las promesas de Yahvé, y se han realizado milagros como el cultivo del desierto o la resurrección de la lengua hebrea. Nadie puede negar a los judíos el derecho a tener su propio Estado nacional, como los demás. Pero, aun dejando de lado el problema palestino, no es obvio que esa vulgaridad sea lo mejor que los judíos puedan ofrecer al mundo, o a sí mismos. Son la sal de la Tierra, pero concentrar toda la sal en el mismo sitio estropea cualquier plato.
Fuente: Mosterín, J. (2006), Los judíos, Alianza editorial, Madrid.

No hay comentarios: