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24/10/25

Miranda sueña con Catalina de Rusia

Por Eduardo Galeano

A veces, muy en la noche, Miranda vuelve a San Petersburgo y resucita a Catalina la Grande en sus aposentos íntimos del Palacio de Invierno. La infinita cola del manto de la emperatriz, que miles de pajes sostienen en vilo, es un túnel de seda recamada por donde corre Miranda hasta hundirse en un mar de encajes. Buscando el cuerpo que arde y espera, Miranda hace saltar broches de oro y guirnaldas de perlas y se abre paso entre las telas crujientes, pero más allá de la amplia falda abullonada le arañan los alambres del miriñaque. Consigue atravesar esta armadura y llega a la primera enagua y la desgarra de un tirón. Debajo encuentra otra, y luego otra y otra, muchas enaguas de raso nacarado, capas de cebolla que sus manos van arrancando cada vez con menos brío, y cuando a duras penas rompe la última enagua aparece el corsé, invulnerable bastión defendido por un ejército de cinchas y ganchitos y lacitos y botoncitos, mientras la augusta señora, carne jamás cansada, gime y suplica.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

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