16/6/23

Teólogos y utopistas

Por Mario Bunge

De todos los consejeros, los más ridículos son los que pretenden planear en detalle la vida de todo un pueblo. Entre ellos descuellan los teólogos integristas y los utopistas sociales. Los primeros han pretendido regular las vidas privadas sin tocar la sociedad, como si las virtudes y los pecados fueran totalmente independientes de las circunstancias sociales. No hay costumbre tan arraigada que no sea afectada por una revolución social, tal como la abolición de la esclavitud o la emergencia de la producción en masa. Ni hay santo que salga incólume de un campo de concentración ni delincuente que prospere en una aldea.

En cambio, los utopistas sociales, tales como Fourier, Owen y Saint-Simon, se propusieron cambar la sociedad de raíz arrancando las causas de la injusticia social. Imaginaron sociedades perfectamente justas, y al mismo tiempo tan perfectamente ordenadas y reglamentadas que hacían imposibles tanto la iniciativa individual como la invención de nuevas instituciones. Se explica: ninguno de esos pensadores se enteró de la única lección que puede enseñar la historia, a saber, que todo cambia. Además, ninguno de ellos tuvo la experiencia necesaria para afrontar problemas prácticos (Robert Owen fue excepcional; era empresario industrial y fundó dos comunas que funcionaron durante un tiempo: Lanark en Gran Bretaña y New Lanark en los EE UU).

Aunque muy diferentes entre sí, tanto los fanáticos religiosos como los utopistas sociales compartieron una característica: pretendieron encuadrar bajo un régimen y en detalle las vidas privadas. O sea, se propusieron eliminar la libertad individual: la libertad de conciencia y de palabra, de elegir ocupación, residencia y esposo, de concebir niños e ideas, de comer y de beber, etcétera. Todo estaba previsto minuciosamente. En otras palabras, unos y otros fueron antiliberales.

Fuente: Bunge, M. (2006), 100 ideas, Laetoli, Pamplona.

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