Por Ian Kershaw
Las
ilusiones acerca de la Unión Soviética mantuvieron a muchos intelectuales
esclavizados mucho después incluso de que se conocieran los horrores del
estalinismo y se demostrara su realidad como algo irrefutable. Unos perdieron
sencillamente cualquier espíritu crítico, cegados por la propaganda soviética
en torno a la gloriosa nueva sociedad que estaba en proceso de creación. Dos de
las lumbreras más notables del partido laborista inglés, Sidney y Beatrice
Webb, publicaron en 1935 un embarazoso himno de alabanza al estalinismo
titulado Soviet Russia: A New Civilisation? Estaban tan seguros de sus
opiniones que cuando el libro fue reeditado dos años después, en el momento
álgido de las purgas, fue eliminado del título el signo de interrogación.
Otros, como el gran dramaturgo alemán Bertold Brecht, se limitaron a cerrar los
ojos permanentemente a la realidad inhumana de la dictadura comunista al tiempo
que se aferraban a la visión humanizada de la sociedad comunista utópica. A
menudo los intelectuales sencillamente no quisieron reconocer la realidad de la
Unión Soviética. No podían permitir que el sueño se desvaneciera. Con
frecuencia fueron incapaces de abandonar su fe en el comunismo como una
esperanza de la capacidad humana de crear un mundo mejor, incluso cuando se
tuvieron pruebas evidentes de que el estalinismo desafiaba cualquier parodia
que pudiera hacerse de esa fe.
Fuente:
Kershaw, I. (2015), Descenso a los infiernos, Crítica, Barcelona.