Por Noam Chomsky
El
27 de mayo [de 2004] el New York Times publicó un artículo sobre las
conversaciones entre Henry Kissinger y Richard Nixon, en el que figuraba una de
las frases más alucinantes que he leído en mi vida. Kissinger luchó contra
viento y marea para que los tribunales impidiesen que saliesen a la luz
aquellas transcripciones, pero al final los jueces lo permitieron. Vas
leyéndolas y de repente te encuentras con que en un momento dado Nixon informó
a Kissinger de su intención de asaltar Camboya con el pretexto de que hacían
falta suministros aerotransportados. Nixon le dijo: «Quiero que no dejen títere
con cabeza». Y Kissinger transmitió al Pentágono la orden de llevar a cabo una
«campaña intensa de bombardeos sobre Camboya. Que disparen contra todo lo que
se mueva». Este es el llamamiento más explícito a lo que denominamos genocidio,
cuando lo cometen otros, que yo haya visto en los anales de la historia.
En estos momentos [2004] se está juzgando
a Slobodan Milošević, el ex presidente de Yugoslavia. Los fiscales se están
enfrentando a ciertos obstáculos porque no consiguen encontrar órdenes directas
que relacionen a Milošević con las atrocidades cometidas en territorio bosnio.
Supón que encuentran una frase de Milošević que diga: «Que no dejen títere con
cabeza. Que disparen contra todo lo que se mueva». Con eso se acabaría el
juicio y se condenaría a Milošević a varias cadenas perpetuas. Sin embargo, no
consiguen encontrar ningún documento de esta naturaleza.
¿Hubo alguna reacción a la publicación de
las transcripciones de las conversaciones entre Nixon y Kissinger? ¿Alguien se
fijó? Yo he traído el asunto a colación en varias charlas y me he dado cuenta
de que la gente no parece entenderlo. Es posible que lo entiendan en cuanto me
lo oyen decir, pero no al cabo de cinco minutos, porque resulta demasiado
intolerable. No puede ser que hagamos llamamientos abiertos y públicos al
genocidio y que lo cometamos a continuación. Eso no puede ser. Por tanto, jamás
ha sucedido nada así. Y, por tanto, ni siquiera hay que borrarlo de la
historia, porque en la historia nunca entrará nada así.
Chomsky,
N. (2005), Ambiciones imperiales, Península, Barcelona.
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