Por Eduardo Galeano
La
democracia griega amaba la libertad, pero vivía de sus prisioneros. Los
esclavos y las esclavas labraban tierras,
abrían caminos,
excavaban montañas en busca de plata y de
piedras,
alzaban casas,
tejían ropas,
cosían calzados,
cocinaban,
lavaban,
barrían,
forjaban lanzas y corazas, azadas y
martillos,
daban placer en las fiestas y en los
burdeles
y criaban a los hijos de sus amos.
Un esclavo era más barato que una mula. La
esclavitud, tema despreciable, rara vez aparecía en la poesía, en el teatro o
en las pinturas que decoraban las vasijas y los muros. Los filósofos la
ignoraban, como no fuera para confirmar que ése era el destino natural de los
seres inferiores, y para encender la alarma. Cuidado con ellos, advertía
Platón. Los esclavos, decía, tienen una inevitable tendencia a odiar a sus amos
y sólo una constante vigilancia podrá impedir que nos asesinen a todos.
Y Aristóteles sostenía que el
entrenamiento militar de los ciudadanos era imprescindible, por la inseguridad
reinante.
Fuente:
Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario