Por Mario Bunge
La
guerra de guerrillas se viene practicando desde hace siglos, ora contra
invasores extranjeros, ora contra el propio Gobierno de los combatientes. Tal
como reza la vieja historia, allí donde los guerrilleros se llaman a sí mismos
«luchadores por la libertad», sus adversarios les llaman «terroristas». Los
movimientos guerrilleros son moralmente justificables en la medida que tengan
objetivos legítimos, no agredan a civiles y no haya a la vista medios pacíficos
para derrocar a un Gobierno opresivo. Estas condiciones las cumplieron los
revolucionarios estadounidenses, los españoles que combatieron a los invasores
napoleónicos, los filipinos y portorriqueños que combatieron las fuerzas
invasoras norteamericanas, los centroamericanos que lucharon contra dictadores
respaldados por Estados Unidos durante gran parte del siglo XX y los
sudafricanos que combatieron el régimen del apartheid. En cambio, el
requisito de abstenerse de hacer daño a los civiles ha sido violado
sistemáticamente por los pistoleros del IRA y de ETA, razón por la que al final
los primeros han quedado tan desacreditados que tuvieron que negociar y
finalmente disolverse.
Fuente:
Bunge, M. (2009), Filosofía política, Gedisa, Barcelona.
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