El nacionalismo y la dispersión
cosmopolita constituyen los dos modelos paradigmáticos y extremos de posible
organización de los grupos étnicos a escala planetaria. Ambos han sido
inventados y ensayados por los judíos. Considerado como una teoría del orden
político mundial, el nacionalismo postula el establecimiento de una
correspondencia biunívoca entre etnias y territorios. Cada etnia o nación debe
tener un territorio bien delimitado sobre el que edificar su propio Estado
nacional. Y cada territorio del planeta debe estar asignado a una etnia
determinada, como solar de su cultura y escenario de su destino.
Imagen tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Jes%C3%BAs_Moster%C3%ADn#/media/File:Jes%C3%BAs_Moster%C3%ADn_(October_2008).jpg
Los judíos fueron los
inventores del nacionalismo avant la
lettre. ... Superaron el trauma del exilio en
Babilonia, interpretándolo como castigo de Yahvé (elevado de su rango previo de
dios local al de dios universal), y concibiéndose a sí mismos como pueblo
elegido por Yahvé: «Seréis entre todos los pueblos mi propiedad particular;
porque mía es toda la tierra, mas vosotros constituiréis para mí un reino de
sacerdotes y una nación santa».
El pueblo de Israel había
concluido un pacto con Yahvé: ellos le obedecerían incondicionalmente, se
cortarían el prepucio y no aceptarían ningún otro dios. Yahvé, a cambio, no
prometió a los judíos el cielo ni la inmortalidad, sino sólo la tierra, la
tierra prometida, el país de Canaán (una tierra pedregosa, sin agua y sin
petróleo; de haberlos querido bien, les habría prometido Francia o Iraq, o al
menos Uganda, pero no la polvorienta Palestina). Con ello quedaba claro qué
había que hacer y dónde había que hacerlo. Acabado el exilio, el líder judío
Ezrá estableció en Jerusalén una teocracia nacionalista y siguió una política
de homogenización cultural forzosa. Prohibió (dos milenios y medios antes de
Hitler) los matrimonios mixtos entre judíos y no judíos, y trató por todos los
medios de aislar a los judíos de los demás pueblos. El nacionalismo trata de
convertir cada país en un gueto. El primer gueto judío lo crearon Ezrá y
Nehemías en Palestina. El último gueto judío lo ha creado el Estado de Israel,
con muralla incluida.
En la época helenística
las querellas entre judíos nacionalistas y cosmopolitas acabaron provocando la
intervención de la monarquía seléucida y la rebelión de Matatías y su hijo
Judas Macabeo. Al frente de una guerrilla integrista, los macabeos derrotaron a
los judíos helenizantes y a las tropas seléucidas, lo que finalmente condujo a
la independencia de Israel bajo el reino de los Hasmoneos, que impusieron los
valores y las prácticas de la ortodoxia judaica no sólo a los propios judíos,
sino también a los idumeos y galileos, obligados a adoptar su religión.
El Imperio Romano,
respetuoso de las creencias y costumbres de todas las etnias, había establecido
la paz, la comunicación y el orden en todo el Mediterráneo, pero, … los zelotes
o fanáticos judíos, que se negaban a permitir otros cultos que el de Yahvé en
la tierra de Canaán y atizaban la violencia intercomunal, se rebelaron contra
Roma en un sangriento y absurdo levantamiento, que acabó en el 70, cuando Tito
entró en Jerusalén y arrasó el segundo templo, que ya nunca más sería
reconstruido. El fanatismo nacionalista no decayó, avivado por las visiones
apocalípticas de los espíritus calenturientos, que anunciaban la inminente
llegada del mesías. En 130 el emperador Adriano prohibió la castración, la
mutilación y la circuncisión, como prácticas bárbaras, lo cual provocó poco
después la nueva y suicida rebelión del presunto mesías Bar Kojbá, aplastada decisivamente
por Roma, que incluso borró del mapa el nombre de Judea, llamada ahora Syria
Palestina, y convirtió a Jerusalén en una colonia romana vedada a los judíos.
A través de la historia
se observa una indudable ambigüedad de los judíos respecto a la tierra
prometida. Ningún otro pueblo ha mantenido un apego tan profundo, emocional y
continuo durante tanto tiempo hacia un territorio determinado como los judíos
hacia el país de Canaán. Pero ningún otro pueblo ha manifestado una tendencia
tan persistente a emigrar y establecer comunidades lejos de su patria. Ya en la
época helenística y romana sólo una minoría de judíos vivía en Israel. Las
comunidades judías se extendían por todo el Mediterráneo y el Oriente Medio,
siendo la más populosa, rica y culta la de Alejandría. Durante la Edad Media
los judíos vivían dispersos por todo el mundo cristiano e islámico, alcanzando
en España su máximo esplendor. En los períodos de paz y tolerancia, las
comunidades judías florecían. Pero repetidas olas de antisemitismo, atizadas
por el fanatismo cristiano, la envidia y el odio irracional, provocaron
incontables matanzas, extorsiones y expulsiones.
A principios de la Edad
Moderna los judíos fueron expulsados de España y encerrados en guetos en
Italia, además de seguir sometidos a todo tipo de discriminaciones y
humillaciones. La Ilustración cuestionó este estado de cosas, y a partir de
Napoleón se inició en todas partes la emancipación de los judíos. De ser una
diáspora oprimida y encerrada en guetos, los judíos pasaron a constituir una
diáspora floreciente, el fermento intelectual y la levadura económica de los
países más avanzados. Además, su dispersión cosmopolita y las relaciones de
confianza y parentesco que mantenían con los judíos de otros países les
conferían una indudable ventaja a la hora de desarrollar el comercio
internacional. Estaban mejor preparados que nadie para aprovechar la
globalización económica y cultural que acabaría llegando con el progreso de las
comunicaciones.
La pugna secular entre
judaísmo universalista y ortodoxia nacionalista parecía decantarse a favor del
primero en el siglo XIX y principios del XX. En condiciones de libertad y
tolerancia, la diáspora era la situación ideal, y nadie echaba en falta la
árida y pedregosa tierra prometida. La diáspora cosmopolita es la situación
natural de cualquier grupo étnico en un mundo libre y bien comunicado. Los
chinos de la diáspora viven mucho mejor que los que se han quedado en China. Y
su caso, como el de los judíos, muestra que la diáspora es compatible con la
preservación de una cultura nacional sobre bases no territoriales. La vitalidad
de los Estados Unidos tiene mucho que ver con su condición de país de diásporas
diversas.
Sólo el aislamiento
impuesto por una pared adiabática impide que el calor se difunda. Sólo los
compartimentos estancos impiden que los diversos líquidos se entremezclen. Y
sólo el aislamiento, la distancia, las murallas materiales, las barreras
convencionales, las fronteras cerradas, las aduanas y las policías impiden que
todas las etnias se desparramen por todos los países, como el aceite una vez
salido de la botella. Algo parecido al segundo principio de la termodinámica
apunta hacia una mayor mezcla y pluralismo por todo el planeta, siempre que
aumente la facilidad de comunicación y transporte. A la larga, en la aldea
global las fronteras no pueden por menos de desaparecer. Los humanes son
animales, no plantas; tienen patas, no raíces. Si no se les ata, se dispersan,
siguiendo los caminos de la oportunidad, el interés y la curiosidad. El futuro
es de las diásporas. Y de ese futuro los judíos han sido los adelantados. De
ese ensayo general todos podemos aprender.
La diáspora acabó
trágicamente en varios lugares. Los pogromos de Rusia y Europa Oriental, junto
con la ola romántica nacionalista, hicieron surgir el sionismo. La Shoá, el holocausto de los judíos
centroeuropeos a manos de los nazis, les dio el impulso definitivo. Por
desgracia para todos, las circunstancias históricas impidieron a los judíos
tomar el atajo histórico de pasar de ser una diáspora perseguida a ser una
diáspora libre y próspera, vanguardia, levadura y anuncio de un mundo por
venir. Tuvieron que pasar por el aro de ser un pueblo vulgar, como los demás,
con su Estado nacional y todo. Y por ello tuvieron que pagar un precio.
Para los judíos que
vivían en peligro o postración en los países de la diáspora oprimida, el Estado
de Israel ha sido una tabla de salvación, como mostró, por ejemplo, el caso de
los felachas de Etiopía. Pero para los que vivían en la diáspora próspera y
liberal (en América, Francia, Inglaterra, etc.) la emigración a Israel ha
representado un sacrificio personal y una gran renuncia. Los israelitas tienen
una vida dura. Trabajan mucho, ganan relativamente poco, pagan enormes
impuestos (el 50% de impuesto sobre la renta, de promedio), han de hacer un
servicio militar obligatorio muy largo (tres años los hombres; dos las
mujeres), viven peligrosamente e incluso tienen mala conciencia respecto a los
palestinos. En los kibbutzim (la
única implementación exitosa del comunismo que ha habido en el mundo) labran un
suelo ingrato con una austeridad y entrega más admirables que envidiables. En
general, es muchísimo más cómodo ser judío en Boston que en Tel Aviv.
Con la creación del
Estado de Israel se han cumplido las promesas de Yahvé, y se han realizado
milagros como el cultivo del desierto o la resurrección de la lengua hebrea.
Nadie puede negar a los judíos el derecho a tener su propio Estado nacional,
como los demás. Pero, aun dejando de lado el problema palestino, no es obvio
que esa vulgaridad sea lo mejor que los judíos puedan ofrecer al mundo, o a sí
mismos. Son la sal de la Tierra, pero concentrar toda la sal en el mismo sitio
estropea cualquier plato.
Fuente: Mosterín, J. (2006), Los judíos, Alianza editorial, Madrid.
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