Imagen tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Fidel_Castro#/media/File:Fidel_Castro_-_MATS_Terminal_Washington_1959.jpg
Sus enemigos dicen que fue rey sin corona
y que confundía la unidad con la unanimidad.
Y en eso sus enemigos
tienen razón.
Sus enemigos dicen que si
Napoleón hubiera tenido un diario como el «Granma», ningún francés se habría
enterado del desastre de Waterloo.
Y en eso sus enemigos
tienen razón.
Sus enemigos dicen que
ejerció el poder hablando mucho y escuchando poco, porque estaba más
acostumbrado a los ecos que a las voces.
Y en eso sus enemigos
tienen razón.
Pero sus enemigos no
dicen que no fue por posar para la Historia que puso el pecho a las balas
cuando vino la invasión,
que enfrentó a los
huracanes de igual a igual, de huracán a huracán,
que sobrevivió a
seiscientos treinta y siete atentados,
que su contagiosa energía
fue decisiva para convertir una colonia en patria
y que no fue por hechizo
de Mandinga ni por milagro de Dios que esa nueva patria pudo sobrevivir a diez presidentes
de los Estados Unidos, que tenían puesta la servilleta para almorzarla con
cuchillo y tenedor.
Y sus enemigos no dicen
que Cuba es un raro país que no compite en la Copa Mundial del Felpudo.
Y no dicen que esta
revolución, crecida en el castigo, es lo que pudo ser y no lo que quiso ser. Ni
dicen que en gran medida el muro entre el deseo y la realidad fue haciéndose
más alto y más ancho gracias al bloqueo imperial, que ahogó el desarrollo de
una democracia a la cubana, obligó a la militarización de la sociedad y otorgó
a la burocracia, que para cada solución tiene un problema, las coartadas que
necesita para justificarse y perpetuarse.
Y no dicen que a pesar de
todos los pesares, a pesar de las agresiones de afuera y de las arbitrariedades
de adentro, esta isla sufrida pero porfiadamente alegre ha generado la sociedad
latinoamericana menos injusta.
Y sus enemigos no dicen
que esa hazaña fue obra del sacrificio de su pueblo, pero también fue obra de
la tozuda voluntad y el anticuado sentido del honor de este caballero que
siempre se batió por los perdedores, como aquel famoso colega suyo de los
campos de Castilla.
Fuente: Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.
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