Por Jesús Mosterín
Normalmente
los mamíferos machos tienden tanto más a la poligamia cuanto mayor es el
dimorfismo sexual (es decir, la diferencia promedia entre los sexos) de su
especie. Los gibones, por ejemplo. son los únicos primates hominoides
consistentemente monógamos, y por lo tanto su dimorfismo sexual es nulo: es muy
difícil distinguir a un macho de una hembra a simple vista. Los elefantes
marinos (Mirounga leonina), por el contrario, tienen un dimorfismo
sexual muy marcado, con machos inmensos provistos de «trompa» nasal y un peso
de dos toneladas y media, muy distintos de las hembras, cuatro veces más
ligeras y carentes de «trompa»; consiguientemente, los machos tienen una
acusada tendencia a la poligamia, que algunos, los «sultanes», logran llevar a
la práctica, dominando sobre enormes harenes de hembras, mientras la mayoría de
los machos, los «solteros», no se comen un rosco y no transmiten sus genes. En
mis caminatas por la banquisa (plataforma rocosa plana entre el acantilado y el
mar) de la península Valdés (Argentina), observando harenes de elefantes
marinos, lo que más me llamaba la atención era la diferencia estética entre los
solteros, generalmente guapos, pulidos y con la piel intacta, y los sultanes,
feos pero poderosos, con el cuerpo marcado por mil heridas y cicatrices, resultado
de las sucesivas peleas en las que han reafirmado su rango.
El dimorfismo sexual entre los humanes es
moderado, pero desde luego no nulo. Los hombres norteamericanos de treinta y
cinco años pesan un 24 por 100 más que las mujeres de la misma edad; aunque esa
diferencia se reduce con el tiempo, sigue siendo del 22 por 100 a los cuarenta
y cinco años y del 17 por 100 a los cincuenta y cinco años. En correspondencia
con este grado moderado de dimorfismo, los hombres tienen una moderada
tendencia a la poligamia o, digamos, al ligue, lo que a veces provoca
conflictos con las mujeres, más centradas en establecer una relación estable de
pareja. En general, el erotismo masculino es distinto del femenino y a lo largo
de la historia ha dado lugar a fenómenos sociales como los harenes, la
pornografía y la prostitución, sin parangón entre las mujeres. De todos modos,
estos datos promedios ocultan todo tipo de excepciones individuales. Además,
tampoco hay que exagerar las diferencia y los conflictos. El erotismo entre
hombres y mujeres con frecuencia es profundamente satisfactorio para ambas
partes, y unos y otras están genéticamente programados para buscarlo.
Fuente:
Mosterín, J. (2006), La naturaleza humana, Espasa Calpe, Madrid.
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