Por Eduardo Galeano
1851
Latacunga
…
–En
lugar de pensar en medos, en persas, en egipcios, pensemos en los indios. Más
cuenta nos tiene entender a un indio que a Ovidio. Emprenda su escuela con
indios, señor rector.
Simón Rodríguez ofrece
sus consejos al colegio del pueblo de Latacunga, en Ecuador: que una cátedra de
lengua quechua sustituya a la de latín y que se enseñe física en lugar de
teología. Que el colegio levante una fábrica de loza y otra de vidrio. Que se implanten
maestranzas de albañilería, carpintería y herrería.
Imagen tomada de
https://bit.ly/2DwJkKq
Por las costas del
Pacífico y las montañas de los Andes, de pueblo en pueblo, peregrina don Simón.
Él nunca quiso ser árbol, sino viento. Lleva un cuarto de siglo levantando
polvo por los caminos de América. Desde que Sucre lo echó de Chuquisaca, ha
fundado muchas escuelas y fábricas de velas y ha publicado un par de libros que
nadie leyó. Con sus propias manos compuso los libros, letra a letra, porque no
hay tipógrafo que pueda con tantas llaves y cuadros sinópticos. Este viejo
vagabundo, calvo y feo y barrigón, curtido por los soles, lleva a cuestas un
baúl lleno de manuscritos condenados por la absoluta falta de dinero y de
lectores. Ropa no carga. No tiene más que la puesta.
Bolívar le decía mi maestro, mi Sócrates. Le
decía: Usted ha moldeado mi corazón
para lo grande y lo hermoso. La gente aprieta los dientes, por no reírse,
cuando el loco Rodríguez lanza sus peroratas sobre el trágico destino de estas
tierras hispanoamericanas:
–¡Estamos
ciegos! ¡Ciegos!
Casi nadie lo escucha,
nadie le cree. Lo tienen por judío, porque va regando hijos por donde pasa y no
los bautiza con nombres de santos, sino que los llama Choclo, Zapallo,
Zanahoria y otras herejías. Ha cambiado tres veces de apellido y dice que nació
en Caracas, pero también dice que nació en Filadelfia y en Sanlúcar de
Barrameda. Se rumorea que una de sus escuelas, la de Concepción, en Chile, fue
arrasada por un terremoto que Dios envió cuando supo que don Simón enseñaba
anatomía paseándose en cueros ante los alumnos.
Cada día está más solo
don Simón. El más audaz, el más querible de los pensadores de América, cada día
más solo.
A los ochenta años,
escribe:
–Yo
quise hacer de la tierra un paraíso para todos. La hice un infierno para mí.
Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las
máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario