Por Julio Cortázar
Bebé Rocamadour, bebé bebé.
Rocamadour:
Rocamadour, ya sé que es
como un espejo. Estás durmiendo o mirándote los pies. Yo aquí sostengo un
espejo y creo que sos vos. Pero no lo creo, te escribo porque no sabés leer. Si
supieras no te escribiría o te escribiría cosas importantes. Alguna vez tendré
que escribirte que te portes bien o que te abrigues. Parece increíble que
alguna vez, Rocamadour. Ahora solamente te escribo en el espejo, de vez en
cuando tengo que secarme el dedo porque se moja de lágrimas. ¿Por qué,
Rocamadour? No estoy triste, tu mamá es una pavota, se me fue al fuego el
borsch que había hecho para Horacio; vos sabés quién es Horacio, Rocamadour, el
señor que el domingo te llevó el conejito de terciopelo y que se aburría mucho
porque vos y yo nos estábamos diciendo tantas cosas y él quería volver a París;
entonces te pusiste a llorar y él te mostró como el conejito movía las orejas;
en ese momento estaba hermoso, quiero decir Horacio, algún día comprenderás,
Rocamadour.
Rocamadour, es idiota
llorar así porque el borsch se ha ido al fuego. La pieza está llena de
remolacha, Rocamadour, te divertirías si vieras los pedazos de remolacha y la
crema, todo tirado por el suelo. Menos mal que cuando venga Horacio ya habré
limpiado, pero primero tenía que escribirte, llorar así es tan tonto, las
cacerolas se ponen blandas, se ven como halos en los vidrios de la ventana, y
ya no se oye cantar a la chica del piso de arriba que canta todo el día Les amants du Havre. Cuando estemos
juntos te lo cantaré, verás. Puisque la
terre est ronde, mon amour t'en fais pas, mon amour, t'en fais pas... Horacio
la silba de noche cuando escribe o dibuja. A ti te gustaría, Rocamadour. A vos
te gustaría, Horacio se pone furioso porque me gusta hablar de tú como Perico,
pero en el Uruguay es distinto. Perico es el señor que no te llevó nada el otro
día pero que hablaba tanto de los niños y la alimentación. Sabe muchas cosas,
un día le tendrás mucho respeto, Rocamadour, y serás un tonto si le tienes
respeto. Si le tenés, si le tenés respeto, Rocamadour.
Rocamadour, madame Irène
no está contenta de que seas tan lindo, tan alegre, tan llorón y gritón y meón.
Ella dice que todo está muy bien y que eres un niño encantador, pero mientras
habla esconde las manos en los bolsillos del delantal como hacen algunos
animales malignos, Rocamadour, y eso me da miedo. Cuando se lo dije a Horacio,
se reía mucho, pero no se da cuenta de que yo lo siento, y que aunque no haya
ningún animal maligno que esconde las manos, yo siento, no sé lo que siento, no
lo puedo explicar. Rocamadour, si en tus ojitos pudiera leer lo que te ha
pasado en esos quince días, momento por momento. Me parece que voy a buscar
otra nourrice aunque Horacio se ponga
furioso y diga, pero a ti no te interesa lo que él dice de mí. Otra nourrice que hable menos, no importa si
dice que eres malo o que lloras de noche o que no quieres comer, no importa si
cuando me lo dice yo siento que no es maligna, que me está diciendo algo que no
puede dañarte. Todo es tan raro, Rocamadour, por ejemplo me gusta decir tu
nombre y escribirlo, cada vez me parece que te toco la punta de la nariz y que
te reís, en cambio madame Irène no te llama nunca por tu nombre, dice l'enfant, fíjate, ni siquiera dice le gosse, dice l'enfant, es como si se pusiera guantes de goma para hablar, a lo
mejor los tiene puestos y por eso mete las manos en los bolsillos y dice que
sos tan bueno y tan bonito.
Hay una cosa que se llama
tiempo, Rocamadour, es como un bicho que anda y anda. No te puedo explicar
porque eres tan chico, pero quiero decir que Horacio llegará en seguida. ¿Le
dejo leer mi carta para que él también te diga alguna cosa? No, yo tampoco
querría que nadie leyera una carta que es solamente para mí. Un gran secreto
entre los dos, Rocamadour. Ya no lloro más, estoy contenta, pero es tan difícil
entender las cosas, necesito tanto tiempo para entender un poco eso que Horacio
y los otros entienden en seguida, pero ellos que todo lo entienden tan bien no
te pueden entender a ti y a mí, no entienden que yo no puedo tenerte conmigo,
darte de comer y cambiarte los pañales, hacerte dormir o jugar, no entienden y en
realidad no les importa, y a mí que tanto me importa solamente sé que no te
puedo tener conmigo, que es malo para los dos, que tengo que estar sola con
Horacio, vivir con Horacio, quién sabe hasta cuándo ayudándolo a buscar lo que
él busca y que también buscarás, Rocamadour, porque serás un hombre y también
buscarás como un gran tonto.
Es así, Rocamadour: En
París somos como hongos, crecemos en los pasamanos de las escaleras, en piezas
oscuras donde huele a sebo, donde la gente hace todo el tiempo el amor y
después fríe huevos y pone discos de Vivaldi, enciende los cigarrillos y habla
como Horacio y Gregorovius y Wong y yo, Rocamadour, y como Perico y Ronald y
Babs, todos hacemos el amor y freímos huevos y fumamos, ah, no puedes saber
todo lo que fumamos, todo lo que hacemos el amor, parados, acostados, de
rodillas, con las manos, con las bocas, llorando o cantando, y afuera hay de
todo, las ventanas dan al aire y eso empieza con un gorrión o una gotera,
llueve muchísimo aquí, Rocamadour, mucho más que en el campo, y las cosas se
herrumbran, las canaletas, las patas de las palomas, los alambres con que
Horacio fabrica esculturas. Casi no tenemos ropa, nos arreglamos con tan poco,
un buen abrigo, unos zapatos en lo que no entre el agua, somos muy sucios, todo
el mundo es muy sucio y hermoso en París, Rocamadour, las camas huelen a noche
y a sueño pesado, debajo hay pelusas y libros, Horacio se duerme y el libro va
a parar abajo de la cama, hay peleas terribles porque los libros no aparecen y
Horacio cree que se los ha robado Ossip, hasta que un día aparecen y nos
reímos, y casi no hay sitio para poner nada, ni siquiera otro par de zapatos,
Rocamadour, para poner una palangana en el suelo hay que sacar el tocadiscos,
pero dónde ponerlo si la mesa está llena de libros. Yo no te podría tener aquí,
aunque seas tan pequeño no cabrías en ninguna parte, te golpearías contra las
paredes. Cuando pienso en eso me pongo a llorar, Horacio no entiende, cree que
soy mala, que hago mal en no traerte, aunque sé que no te aguantaría mucho
tiempo. Nadie se aguanta aquí mucho tiempo, ni siquiera tú y yo, hay que vivir
combatiéndose, es la ley, la única manera que vale la pena pero duele,
Rocamadour, y es sucio y amargo, a ti no te gustaría, tú que ves a veces los
corderitos en el campo, o que oyes los pájaros parados en la veleta de la casa.
Horacio me trata de sentimental, me trata de materialista, me trata de todo
porque no te traigo o porque quiero traerte, porque renuncio, porque quiero ir
a verte, porque de golpe comprendo que no puedo ir, porque soy capaz de caminar
una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga
el mundo, Rocamadour, porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas
para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la
cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el
juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer.
No me da la gana de ir, Rocamadour, y tú sabes que está bien y no estás triste.
Horacio tiene razón, no me importa nada de ti a veces, y creo que eso me lo
agradecerás un día cuando comprendas, cuando veas que valía la pena que yo
fuera como soy. Pero lloro lo mismo, Rocamadour, y te escribo esta carta porque
no sé, porque a lo mejor me equivoco, porque a lo mejor soy mala o estoy
enferma o un poco idiota, no mucho, un poco pero eso es terrible, la sola idea
me da cólicos, tengo completamente metidos para adentro los dedos de los pies,
voy a reventar los zapatos si no me los saco, y te quiero tanto, Rocamadour,
bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito,
caballito de juguete...
Fuente: Cortázar, J. (1963), Rayuela, Punto de Lectura, México, D.F.
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